Con un proyecto de panadería en Caldono le quitan niños a la guerra

Se trata de una idea que surgió en la vereda Granadillo del resguardo indígena de Pioyá donde para evitar la deserción entre los jóvenes, por diversos motivos, implementaron un proyecto de panadería y transformación de productos de la zona para alimentarse bien y para emprender.

Por: Olga Portilla Dorado

@olguitapd

Actualmente en el Instituto Técnico Agropecuario Nasa We’sx Kiwe Granadillo (resguardo de Pioyá, municipio de Caldono) hay 275 estudiantes, de transición a 11, y hay 18 docentes. /Fotografías: Olga Portilla Dorado

“Profe, profe, allá va Mario*, con otros guerrilleros, venga profe, mírelo.

Salí de la escuela y efectivamente ahí iba, con botas, camuflado, morral y fusil al hombro. Hace tan solo semanas no había vuelto al colegio, pero como debía preguntarle por mis libros –bueno los libros que me habían prestado en la biblioteca del Banco de la República- lo llamé, me dijo: no nos dejan hablar con nadie, solo el comandante autoriza.

Hablé con el comandante, lo de los libros era importante, pero quería saber cómo estaba. Me autorizaron, me acerqué a Mario, no teníamos mucho tiempo, así que además de preguntarle cómo estaba, le recordé sobre los libros que le había prestado.

Apenado me respondió que uno estaba en su casa, y que el otro lo llevaba ahí en su morral, quiso entregármelo pero le pregunté: ¿Te gustó?, sí, respondió. Quédatelo, le dije…

Pasaron varios meses cuando Mario reapareció en la escuela, así como un día desertó de las clases, también decidió escaparse de la guerrilla.

¿Profe se acuerda del libro que usted me regaló? Sí claro, le dije. Pues vea, por él estoy aquí. Lo saqué un día mientras descansaba luego de prestar guardia en el monte, pero el comandante me lo arrebató y me lo quitó, me dijo que no debía leer, eso me dio mucha rabia y decidí volármeles”…

Entre las necesidades básicas del colegio está el contar nuevamente con servicio de internet ya que hace meses no cuentan con él, y es necesario para comunicarse (ya que la señal telefónica es casi nula) y para que los estudiantes investiguen. Así mismo, esperan presentar nuevamente el proyecto de construcción de su nuevo colegio, ya que la actual infraestructura no es la adecuada.

Así recuerda el profe Frank William Callapú Delgado, a uno de sus estudiantes, que como varios jóvenes del resguardo de Pioyá cayeron en manos de las Farc, unos por cumplir un “compromiso” con el grupo armado, otros por voluntad propia y otros porque fueron reclutados.

Callapú llegó a este resguardo de Caldono hace ocho años, inició como docente de artística en el Instituto Técnico Agropecuario Nasa We’sx Kiwe Granadillo, una de las nueve veredas de la zona; ahora comparte con los niños y jóvenes proyectos de panadería, audiovisuales y literatura.

En el resguardo solo existen dos colegios, el de Granadillo es el más “central” por decirlo de cierta forma, posibilitando la llegada de estudiantes de las 9 veredas. Hay jóvenes que deben caminar 2 o 3 horas, el colegio no tiene las aulas adecuadas ni suficientes para atender a su población, y no cuenta con servicios tecnológicos ni de comunicaciones, pese a todas esas carencias, esta institución es un ejemplo en el municipio ya que le ha arrebatado muchos niños a la guerra.

Actualmente la preocupación en la zona es por la reaparición del conflicto, porque hay amenazas y enfrentamientos en los alrededores, pese a que en el resguardo no hay presencia de cultivos de uso ilícito, esta sí es una ruta para pasarlos.

En Granadillo hablan más de las oportunidades que de las dificultades, claro, saben que ante el Ministerio de Educación deben renovar el proyecto para que les construyan su colegio, tal cual como lo trabajaron con un arquitecto, de acuerdo a las necesidades de la comunidad; conocen que hace algunos meses se acabó el convenio con el MinTIC para proveer internet en la institución, y los estudiantes más adelantados quisieran tener laboratorios para practicar sus saberes en física y química; pero todo eso que falta no los amilana para contar lo que han logrado.

“El colegio cubre estudiantes de las 9 veredas, podemos incidir en ellas. Se ha generado un proceso importante y fue cuando se agudizó el conflicto en el territorio y la dificultad principal era la vinculación de los jóvenes a los grupos armados, cada año se nos iban 10, 15 de la institución, entonces con los profesores empezamos a reunirnos y a preguntarnos ¿Qué pasa? ¿Por qué se nos van?, nos dimos cuenta de que el chico necesitaba otros espacios de trabajo y con quien hablar, sobre todo de poder relacionarse, porque muchos no hablan con sus familias, no tienen a quién contarle sus problemas, entonces esos espacios eran aprovechados por los grupos armados que los captaban y se los llevaban”, explica Callapú.

Docente Frank William Callapú Delgado.

De las décadas de conflicto, el Cauca, Caldono y sus territorios indígenas vivieron toda la crudeza del accionar de las Farc, fueron más de 40 años con la presencia del grupo por las casas y calles de los pueblos, de ahí que ya se considerara algo “normal y cotidiano” verlos pasar. La gente se paraba en el marco de su puerta o por las ventanas y decían “allá ya se están dando”, y al otro día al colegio los chicos llegaban con las vainillas de las balas, para ver quién era el que más había recogido. Una cotidianidad que se volvió más aterradora cuando empezó a no hacérseles extraño que los jóvenes se fueran, que cambiaran sus cuadernos por un fusil, sus 2 o 3 horas de caminar para ir al colegio, por jornadas de días y semanas en las montañas.

“De los muchachos que se han ido algunos no hablan, otros sí se atreven a narrar y a decirle a los demás lo duro que es la guerra, el caminar toda la noche, continuar al otro día sin dormir y sin un buen desayuno, además de los combates. Entonces uno les dice vea: ustedes se quejan de caminar dos horas allá van a ser 8 días sin descansar, entonces eso nos ha servido para que se den cuenta que la guerra es una cuestión cruel, y no hay nada bonito, lo que ellos ven, además del dinero, es el poder que te da un arma, pasar con el fusil por los lugares que antes caminabas como estudiante”, señala el profe Frank.

Fue así como en este contexto nació una de las estrategias, que hoy con orgullo rememora el profesor Callapú, quien junto a los otros 17 profesores que hay en el colegio de Granadillo trabajan con los niños y jóvenes desde transición a once; a través de un proyecto de panadería encontraron el espacio para ser amigos de los estudiantes, para que ellos tuvieran un quehacer y no se distrajeran, para que hablaran sobre sus problemas y tratar de buscarles una solución.

“Una vez identificamos esos espacios que le hacían falta al muchacho para dialogar y que no podía ser en el aula, nos ingeniamos un proyecto de panadería en la institución, yo no sabía hacer pan, pero averigüé y aprendí, teníamos un horno viejito y pues nos arriesgamos, invitamos a los jóvenes a participar y poco a poco se generó la confianza entre ellos y empezamos a dialogar, a interactuar y así nos fuimos enterando de que a los chicos los iban a buscar, que firmaban compromisos para no irse este sino el siguiente año, entonces luego ya me decían: profe yo este año no puedo estudiar porque me tengo que ir, usted sabe, a la guerrilla”, recuerda el docente.

Iniciado el proceso de panadería en el colegio, cada día se iban sumando más muchachos y señoritas, además de dialogar jugaban con la harina y expectantes esperaban que estuviera el pan y la torta para probar lo que con sus manos habían preparado. El resultado final: una deliciosa y esponjosa torta de batata.

“Conocimos varias razones por las que ellos decidían evadir el colegio, primero porque tenían problemas con sus padres, no hablaban con ellos, no había espacio de diálogo, segundo porque los tentaban con poder, plata, y tercero porque para ir al colegio debían caminar muchas horas, con un café y dos masas en su estómago, y cuando llegaban al colegio tenían mucha hambre, además porque en invierno llegaban empapados, con los zapatos llenos de barro y así debían estar todo el día en clases”…

Tal como lo narra el docente, los motivos por los que muchos se fueron son innumerables, pero también las historias de éxito, y los logros obtenidos por este proyecto de panadería, porque además de aprender a hacer pan, aprendieron a transformar productos de la zona como la arracacha, el chachafruto, la batata, entre otros, productos que no los consumían los muchachos pero que viéndolos en torta o pan empezaron a comerlos.

“Dijimos por aquí es el camino, entonces cumplíamos dos funciones: transformar alimentos y mejorar la alimentación de los chicos, y tener un espacio de diálogo con ellos; eso nos permitió ir ganando terreno, tanto así que ya al año siguiente se iban 6 o menos chicos, y hubo un año en el que ninguno se fue, entonces dije: la estrategia nos dio resultado porque todos los estudiantes pasaban por la panadería, les interesaba, participaban, y ese fue el gancho para que reflexionaran y miraran que el mundo era más allá de la guerra, que habían muchas más cosas por hacer”, puntualizó el profe.

Como Mario, muchos otros volvieron, otros se quedaron, pero para la comunidad educativa de Granadillo, así sea uno que se le gane a la guerra es valioso. Hoy en día Mario, aunque no pudo seguir estudiando, es un padre de familia responsable, un comunero dedicado a la agricultura.

Si bien no es fácil ir a la universidad por las dificultades económicas que hay en la zona, porque sostenerse en la ciudad es complejo, hay muchachos como Lucy* que lo lograron y están estudiando una carrera, en el caso de ella, está próxima a graduarse como abogada, y es el referente para los estudiantes del Instituto Técnico Agropecuario Nasa We’sx Kiwe Granadillo, para decirles que sí se puede.

*Nombres cambiados.