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    Combinando capacidades

    ROBERTO RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ

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    Las teorías contrainsurgentes sirvieron de fundamento a la creación de los llamados “escuadrones de la muerte”, grupos de acción paramilitar conformados por policías, soldados y civiles dispuestos a ejecutar a los opositores políticos de los gobiernos; junto a la guerra militar se desarrollaron acciones de guerra sucia-paramilitar para “quitarle el agua al pez”, es decir, dejar sin bases sociales a los grupos alzados en armas.

    Desde un principio las actividades oficiales de lucha contra los guerrilleros se idearon para atacar a las poblaciones civiles, a las que se decía defender. Con el paso del tiempo estos grupos se han denominado de diversas maneras, y han sido utilizados para cualquier fin, público o privado, sobre todo a nivel de las regiones. Sus historias en toda América Latina están documentadas de muchas formas.

    En Colombia, a inicios de los años 90s decía el paramilitar Fidel Castaño que “había que responder enérgicamente (a las bandas de Escobar), con sus mismas armas, o de lo contrario estábamos perdidos”. Ante la ineficacia o la corrupción de las fuerzas del Estado solo quedaba la acción armada directa.

    Las alianzas de narcos, paramilitares, fuerzas armadas oficiales, gobierno central (DAS), y los Estados Unidos (Agencias y contratistas), han utilizado las técnicas terroristas contra todo tipo de delincuentes, los mismos con quienes tuvieron acuerdos y negocios en el pasado.

    Así, la estrategia de “crear terror en la política”, nacida con los franceses en Argelia (ver “La guerra moderna”, Roger Trinquier) y convertida en doctrina en los EU (ver Las Fuerzas Especiales de Fort Bragg), encontró condiciones propicias para su aplicación en las dictaduras de centro y sur América, en las invasiones colonialistas en Africa y Asia, y en las actividades de las empresas multinacionales dedicadas a las explotaciones de los recursos naturales en cualquier parte del mundo. La base fue entender las maniobras políticas y comerciales como guerras, pero en las que ya no existe “el frente” sino que “el enemigo está en todas partes”, y debe ser detectarlo y destruirlo adelantando “acciones encubiertas”, precisamente, con escuadrones de la muerte.




    Se asesina y se desaparece, y en el mejor de los casos se detiene golpeando a los opositores o competidores, aduciendo que “es por su propia protección”; se interroga sin explicaciones y se obliga a firmar documentos; es básico amedrentar y hacer sentir indefensas a las personas, agredirlas sicológicamente; debe considerarse “enemigos” a los jóvenes; hay que militarizar los espacios y las actividades diarias; no se pueden permitir protestas civiles, aunque se teorice que incluso hay respaldo a las movilizaciones pacíficas; se hostiga a las organizaciones sociales, a sus líderes y defensores, victimizados pero finalmente convertidos en victimarios; los medios masivos de comunicación solo deben informar sobre los hechos violentos, no sobre las causas de las protestas; a los victimarios hay que premiarlos.

    Hoy actúan como delincuencias, paramilitares, grupos de tareas, pandillas, contratistas-mercenarios al servicio del mejor postor generalmente narcotraficantes, inversionistas y corruptos dispuestos a lograr ganancias a cualquier precio. Pero hay otras formas de presentación, basadas todas en los abusos de autoridad violadores de los derechos humanos, que constituyen el shock utilizado para amedrentar y controlar; luego vendrán los negocios, entre otros los relativos a la seguridad de las personas, con muchos contratistas que viven de ello, comprando equipos, materiales y todo tipo de suministros.

    Los escuadrones actúan contra las mentes políticas, no tanto contra los militaristas o delincuentes, aunque es obvio que aseguraran los beneficios de quienes les paguen.

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