ROBERTO RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ
En la Grecia Antigua el filósofo Platón habló de la necesidad de un “rey filósofo”, refiriéndose inicialmente a un régimen de “un hombre justo, capaz de gobernar sin leyes”, aunque posteriormente reconoció que “para hacer un gobierno estable y justo se necesitan leyes”. La solución que concibió fue una combinación de filósofos y legisladores, en un “gobierno mixto”.
Aristóteles pensó en la existencia de gobiernos “buenos”, como la monarquía, como el buen gobierno de una persona preocupada por el bien común, pero que podría derivar en un gobierno malo como la tiranía; la aristocracia, o el buen gobierno de los mejores, podría degenerar en oligarquía; y la politeia, o el buen gobierno de la Polis por parte de muchos, corría el riesgo de caer en la democracia. (Entendida esta como el “gobierno del pueblo”, visto como un populacho voluble y peligroso). Aristóteles prefirió combinar la monarquía, con mucha aristocracia, y algo (muy poco) de la democracia.
De estas ideas los romanos extrajeron la concepción de la República, como “el manejo de la cosa pública” para obtener mayor estabilidad, en beneficio de los propietarios, por supuesto. Allí la combinación incluyó a un emperador militarista con un senado civilista, responsables de una especie de “gobierno mundial” muy difícil de controlar.
Luego, la Modernidad europea (la actitud de pensar por sí mismos, sobre todo para el impulso del comercio), con su concepto de “soberanía del pueblo” –que no puede ejercer directamente sino que debe ser delegada- reivindicó a “unas élites propietarias y ojalá ilustradas para el gobierno de la República”, a la manera de J. Locke y de Montesquieu. La combinación se logró entre legisladores, administradores y jueces, que dejaran hacer y dejaran pasar los negocios de los comerciantes.
La “democracia” ha significado siempre el temor al pueblo, al poder de las grandes mayorías, que han sido apreciadas como inmanejables o utilizables y explotables, pero nunca han sido el objetivo central real de los regímenes políticos. Las combinaciones del ejercicio del poder estatal del “republicanismo” –por ejemplo- mantienen al pueblo lejos del poder, a fin de conservar las propiedades y mantener unos gobiernos “estables” (controlables).
Actualmente, el capitalismo – colonial – patriarcal practica su combinación de gobierno a partir del presidencialismo, el elitismo (de los más poderosos) y la democracia formal (liberal – representativa).
Sin embargo, en países como Colombia, ante los colapsos destapados por la coyuntura de la pandemia y de los paros y protestas nacionales y regionales, para el futuro es previsible otra combinación para beneficio del norte epistémico: con el militarismo y la tecnología, algunos hablan de “ecofascismo”. Se trata de propuestas ultraconservadoras que incorporan posiciones ambientalistas en sus ideologías y prácticas, con el fin claro de conservar y asegurar la naturaleza y los recursos para la ganancia en los negocios de élites dictatoriales. Combinan militarismos con neoliberalismo y antiglobalización, apoyados en conservacionismos.
Ante este panorama, y desde las epistemologías del sur, lo necesario sería oponer una combinación salvadora que gire alrededor de un pacto de gobernabilidades: negociar el desarrollo de los criterios del gobierno en muchos lugares, y al tiempo acrecentar los criterios y propuestas de “los poderes públicos, no estatales”, o comunitarios, en los territorios autónomos (no independientes) de cada comunidad.
En las negociaciones de este (o estos) pacto(s) nadie perdería sus competencias e intereses centrales, y –por el contrario- todos saldríamos ganando en muchos sentidos.