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A esta es
Por: Mauricio Fernando Muñoz Mazuera
(Comunicador social y periodista)
¡Carguero! Adelante y hacia el Cielo, con las alpargatas ceñidas y la alcayata bien apuntalada, para soportar sobre tus hombros el peso del Nazareno; peso de cuitas y pecados, de miserias y de llantos. Paso a paso te deslizas en la fragancia del incienso y la candeleria encendida, recorriendo las calles de la vida, las esquinas del amor hecho sacramento.
Siete días y siete noches para vivir con pasión la vida, con la fuerza del Santo Amo, llevando la cruz a cuestas; la paciencia del Ecce Homo, en el desprecio del pueblo; y la esperanza de María en medio del silencio.
Una tradición inajenable
Por: Jesús Eduardo Sánchez Arango
(Presidente de la Cofradía de la Santa Cruz, de Medellín)
Fenece el sol al horizonte de una blanca ciudad, surcada por azules infinitos; plena, asciende la esfera celeste revestida de gala, y el incienso como ofrenda de amor. Todos expectantes ante el tránsito del Salvador, que, en hombros, se dirige hacia su glorioso final; sonidos envolventes de acordes delicados y bombos de estridente solemnidad.
Aromas fúnebres de perfumes naturales y luces incandescentes acompañantes de un arte sin igual.
Es la Semana Santa de Popayán, una tradición inajenable, resuelta y viva, que consume el corazón de los fieles en los sentimientos encontrados que demarcan el camino de la vida sacramental.
A los familiares del carguero
Por: Pedro A. Paz Rodríguez
(‘Semanasantero’)
En la definición de carguero, en ningún momento se menciona que debe llevar a su familia acompañándolo en todo el recorrido. Actuación mal implementada, porque hay casos en que se atenta contra el orden de la procesión, y se llega a los extremos de atropellar a los fieles que acompañamos en silencio y gratitud, con fe y penitencia.
Los familiares, con el simple deseo de figurar como parte del espectáculo, emplean chalecos con los nombres de los pasos, pero este actuar afea y daña la procesión.
Semana Santa en Popayán
Por: Matilde Eljach
(Socióloga y docente universitaria)
Semana Santa en mi ciudad, volver al tiempo de la credulidad y de la espera. Disfrutar el goteo de la tarde, que cala el paisaje; y ver la bruma transcurrir, sin pretensiones.
Demandar de la memoria los pasos del abuelo. Deshilvanar la historia más allá de la fábula y del tiempo y de las ceremonias. Es presenciar cómo una vez más se crucifica al Hombre en sucesión de blancos teñidos de faroles y adoquines, balcones, geranios color tigre, azaleas, festones, ñapangas, ‘corpuscristis’.
Es sentir hoy que de credulidad muy poco queda, y que su lacerado paso apenas teje ausencias en penumbra.
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