Cien palabras por la Semana Santa de Popayán

Seguimos con los elogios a la tradición religiosa más hermosa de América.

En esos días miramos a muchas familias unidas, que caminan por las calles. / Fotos Alonso Tovar – El Nuevo Liberal.

Olor a incienso y a cera de laurel

Por: Carlos Ignacio Mosquera

(Abogado y profesor de la Universidad del Cauca)

La solemnidad de las procesiones imprime carácter. Emociona ver una procesión que va perfectamente ordenada, en una noche serena, despejada y con una luna esplendorosa, como la de los miércoles santos, generalmente.

Contribuyen a resaltar la belleza de la procesión, la distancia entre los pasos, su cadencia, el silencio y el orden de las personas que desfilan en todos sus roles, y la música sacra. Pero hay algo que llena el ambiente procesional y que completa la solemnidad de los desfiles: el aroma del incienso que portan las sahumadoras y el de las velas de laurel que iluminan los pasos.

Desde que somos niños

Por: Jaime Patiño

(Carguero)

Popayán, la ciudad de casas blancas y apacibles moradas, alberga sus noches de Semana Santa, alrededor de calles de fuego, que iluminan el camino del Señor. Entre el incienso y el silencio, transcurren noche a noche, la penitencia de sus solemnes cargueros y la devoción de sus piadosas mujeres. Estas procesiones, que se aprenden a amar desde que somos niños, serán el futuro de las nuevas generaciones, quienes más adelante, irán al encuentro del amor de la Virgen de los Dolores y la bendición de nuestro Señor del Perdón.

Tradición tallada en el corazón

Por: Luis Guillermo Céspedes

(Abogado – periodista)

“Cada noche como hace 483 años, al tañido de las campanas, propios y visitantes de todas las clases sociales, se ubican a lado y lado de las históricas calles de Popayán para admirar el recorrido de las bellas imágenes de la pasión de Cristo esculpidas en diversas técnicas artísticas, invocando su misericordia sobre ellos, sus familias y una ciudad orgullosa de esa tradición.

Si bien hoy la ciudad es más que su semana santa, nada congrega tanto como este patrimonio inmaterial tallado en el corazón de todos los colombianos y que nos identifica ante el mundo.”

Levitación

Por: Laura González

(Sahumadora)

Poco creo en la levitación, pero el Jueves Santo de 2018 estoy segura de que sentí mi cuerpo levitar entre el aroma del incienso y las diferentes especies, al son de los tambores, las luces, los flashes; al sentir la solemne procesión, las calles blancas, tan coloniales, la luz incandescente de las velas y de los faroles de las calles; el canto del orfeón obrero, y de igual manera, aunque inexplicable, en medio del silencio que rodea las mismas calles sumergidas en miles de peregrinos, creyentes y devotos ante la magnificencia del señor Jesucristo. Es una sensación que solo es posible de vivir cuando se es sahumadura.

Se ve todo tan nítido, pero a la vez tan borroso. Las 21 cuadras, que son recorridas desde la Iglesia de San Francisco en 3 o 4 horas, se vuelven minutos, instantes; y cuando te das cuenta todo ha acabado, y solo queda el gran recuerdo, el gran sentimiento de orgullo de haber participado en el 462 recordatorio de la muerte y Resurrección del Señor Jesucristo, por las calles de la majestuosa, colonial e inmóvil Ciudad Blanca.

Haber estado ante el Señor, ante la talla del Prendimiento, genera aún más sentimiento en mí, cuando el significado de ella evoca el conocimiento de las traiciones de la humanidad y lo que le sobrevendría; y aun así, decide aceptarlo y, sin más reparo, entregarse para ser aprehendido y poder perdonar las traiciones. Yo, delante de tal talla, solo pronunciaba para mis adentros: «Gracias, Señor, por este sueño cumplido».