Balance electoral

EDGAR PAPAMIJAEDGAR PAPAMIJA

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En política se gana o se pierde, a diferencia de los negocios donde, según la sabiduría popular, el negocio es bueno si todos ganan. Si en el pasado debate electoral todos ganaron, significa que las elecciones tuvieron mucho de negocio y poco de política. Al final de la jornada, los inversionistas se reúnen para hacer el balance de sus inversiones. Los políticos tienen su propia econometría que les permite calcular cómo quedó su capital y cuáles fueron los réditos de la jornada. En el orden nacional y regional, ganaron los políticos que obtuvieron el mayor número de alcaldías y gobernaciones. Los concejales, diputados y ediles elegidos, poco importan en el balance de la clase política, pues ellos son inversionistas menores que obtuvieron sus resultados gracias a sus personales esfuerzos, y de cara a lo que viene ahora, que son las elecciones de Presidente de la república y Congreso, son sujetos de negociación.

Puede aparecer como cruda esta realidad, y creo que no solo es cruda, sino cruel y preocupante. Con muy contadas excepciones, que se dieron en algunas ciudades y departamentos, el panorama es por lo menos poco esperanzador. Si los que triunfaron, no obedecen a la dinámica de los partidos, que no existen; ni a la confrontación ideológica o a las diferencias programáticas, que no cuentan; ¿cuál va a ser su forma de actuar en el gobierno? ¿cómo van distribuir el poder? ¿cuáles son sus prioridades en inversión y gasto? ¿tienen alguna dimensión de lo social como prioridad de su gobierno? Y lo mas preocupante : ¿Cómo van a responder a quienes invirtieron fuertes sumas de dinero en la campaña que los llevó a obtener el cargo que hoy detentan?

Nadie podría, con algo de sindéresis, negar lo que es una verdad irrefutable: las elecciones costaron un cúmulo de dinero, difícil de calcular pero imposible de ocultar. Si ello es así, podemos tener la certeza de que asistiremos a la repetición de la farsa. Políticos y contratistas, impondrán las fichas en las posiciones de poder que les garanticen el rendimiento de su inversión. Los que lo logren, se verán sonrientes el primero de enero del próximo año, cuando los elegidos asuman el cargo; los damnificados, montarán un tinglado virtual para descalificar al gobernante, porque traicionó lo pactado, o porque simplemente ignoró la cuantía de lo aportado.

En el Cauca, nada indica que escapemos a la tradición y a la dinámica nacional. Aquí siempre llegan los cambios tarde. Lo importante sería que la ciudadanía que no participó de la negociación y que llegó al proceso por otras causas y por otras motivaciones, asuma una posición crítica frente a lo que viene. Que la juventud, que la universidad, que los gremios, que las organizaciones de base, que la sociedad civil, que los que no viven de las migajas que caen de la mesa del poder, ejerzan su derecho constitucional a vigilar las acciones de los gobernantes.

De los partidos, nada se puede esperar, porque sus prioridades no coinciden con las de los ciudadanos; y ello es lógico, pues como lo hemos dicho tantas veces, son simples organizaciones, o mejor, sociedades manejadas por unos pocos personajes que viven de ellas y se usufructúan de las gabelas que les permiten mantenerse en el poder y vivir de él muellemente. Las listas de las próximas elecciones parlamentarias, ya están elaboradas. Solo falta adornarlas o complementarlas para obtener los resultados requeridos. Los avales y la financiación está garantizada. Solo hay que vigilar que alcaldes y gobernadores hagan su parte en el tema de la contratación, columna vertebral de nuestro perverso sistema político.

Lo que me preocupa es que un sistema como este no puede durar indefinidamente. El Estado tiene unas obligaciones ineludibles con todos los asociados que se desvirtúan cuando es capturado por personas o grupos de personas que lo desnaturalizan para ponerlo a su servicio. Tomarlo por asalto, o con sutilezas jurídico electorales, para obtener beneficios económicos derivados de la malversación de los recursos públicos, genera una frustración colectiva que tarde o temprano revienta la conformidad de los pueblos.

El proceso de paz puede ser puede ser el punto de inflexión de un sistema que reclama a gritos una profunda revisión. Personalmente no me cabe la menor duda de que lo que se gesta en la Habana va mucho mas allá de la simple firma de un acuerdo. Allá se están revisando los soportes de nuestra institucionalidad, sus debilidades, sus carencias, y se está proyectando la revisión de un sistema fallido que prohijó la violencia, para reinventarlo y construir una paz verdadera que necesariamente pasa por la entronización de la justicia y de la equidad. Dudo que en el posconflicto pueda subsistir este sistema electoral que se pervirtió y corrompió. Pero de esto, hablaremos en otra oportunidad.