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Apicidio sin fronteras

JAIME BONILLA MEDINA

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Muchas fuentes informativas vienen denunciando una noticia que alarma, a la cual no se ha otorgado la suficiente trascendencia: se están extinguiendo las abejas.

En Colombia, por primera vez, aparecieron muertas miles de ellas en los apiarios de Guasca (Cundinamarca)-agosto de 2014-. Ahora el fenómeno se extiende a 14 departamentos. Y en el mundo, desde el 2006, varios países reportan impresionante reducción de la población.

Las abejas son insectos himenópteros llamados antófilos (del griego Anthophila: que ama las flores), pertenecientes a la superfamilia Apoidea, con más de 20.000 especies conocidas. Son sociales, viven en colmenas y se nutren del polen y néctar, usando el primero como alimento para las larvas y el segundo como material energético. Del proceso y almacenamiento proviene la cera, miel y jalea real.

Su enorme importancia radica en que, además de proporcionarnos la miel y conservar el ecosistema para la preservación de los recursos hídricos, polinizan la mayor parte de las plantas con flores, que las necesitan para producir frutos, semillas y sobrevivir. Las dos terceras partes de la dieta de los seres humanos provienen de plantas polinizadas. Es decir, excepto los alimentos básicos como el trigo, el arroz o el maíz, polinizados por el viento; todos los otros alimentos ricos en micronutrientes dependen de las abejas. Asimismo, son vitales para la reproducción de plantas consumidas por el ganado y otros animales en la cadena alimentaria. También para las plantas utilizadas como biocombustibles, como fibras textiles y medicinales. La extinción provocaría un efecto en cascada: si no tenemos semillas no tendremos flores, ni pasto, ni frutas, ni animales que se alimentan de ellos. En síntesis, sin ellas no corre riesgo la vida como míticamente lo pronosticaba Einstein, tampoco la seguridad alimentaria, pero sí peligra la calidad nutritiva.

¿Qué las está desapareciendo? Las mayores amenazas son: la pérdida de su hábitat natural; pues el avance de las ciudades y la deforestación incontrolada significa menos flores. Las grandes plantaciones sembradas con semillas transgénicas. También, especies extranjeras invasoras, el cambio climático y la nueva generación de pesticidas. Según los registros, 10.500 colmenas desaparecen al año debido al mal uso de los neonicotinoides, insecticidas que producen: 1- fallecimiento directo de la abeja al impregnarla. 2-alejamiento de las flores y muerte por inanición. 3-neurotoxicidad, alteración de su memoria y orientación, sin poder regresar al panal. 4-deterioro del sistema inmune e infecciones por gérmenes que las acaban.

Sin las abejas habría cambios fundamentales en la economía. Además de las pérdidas agrarias y en la apicultura, el precio de los alimentos aumentaría y se modificaría la calidad de vida de los humanos. Ya se contratan personas como “polinizadores”, por no existir suficientes himenópteros.

¿Qué podemos hacer para ayudarlas?

– Plantar, en macetas o el jardín, flores, hierbas medicinales, verduras, plantas aromáticas.

– Permitir que crezcan arbustos silvestres en el entorno.

– No usar fumigantes.

– No hace falta vivir en el campo para criar abejas. Deberíamos aprender, practicar la apicultura urbana y convertirla en hobby.

– No matarlas, solo atacan si son amenazadas.

Mejorar la situación depende de políticas gubernamentales, que regulen el uso de agrotóxicos. Abdón Salazar, apicultor, creó el colectivo “Abeja Viva”, para concientizar al país sobre la problemática de los antófilos. En octubre pasado radicó un proyecto de ley el cual reglamenta la protección de los insectos, pero lo de siempre: intereses financieros de los laboratorios fabricantes, priman sobre el bienestar de los pobladores. Hasta el 2014 se había prohibido 195 tipos de plaguicidas; sin embargo, algunos siguen siendo utilizados porque, en Colombia, los códigos son como los malandros: hay muchos, pero nadie los controla.