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Adiós, Stephen Hawking

CHRISTIAN JOAQUÍ

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Para quienes no somos profesionales en la física, ni en la cosmología, Stephen Hawking será recordado por su incansable vocación por la divulgación científica. En mi caso particular, su paso por el mundo me deja menos miedo.

Las explicaciones sobre el universo, su origen, su infinitud, además de ponerme en mi lugar en el universo, también me ha permitido abandonar ciertas convenciones culturales adoptadas gracias a la religión, sobre la vida, sobre su propósito y, sobre todo, respecto a la muerte.

Dado nuestro -aún- precario conocimiento del universo, las explicaciones a los fenómenos atraviesan, de manera cierta, la filosofía y la religión. El razonamiento a través de la lógica, que es propio de la filosofía, nos ha conducido mediante la ética a explorar sobre lo bueno y lo malo; lo correcto y lo incorrecto; lo justo y lo injusto.

Pero aquí es donde encuentro una relación entre la mecánica tradicional, la mecánica cuántica, la astrofísica y, en general, la física, con la ética.

Conocer nuestro lugar en el universo y entender nuestra  ridícula pequeñez, nos permite quitarnos el velo cultural que nos hacía semejantes a un Dios y, que en virtud a ello, nos otorgaba licencias para actuar como le correspondiese sólo a un Dios.

La vida de Hawking, tratada en la película La teoría del todo, no sólo nos presentó a un científico preocupado por resolver los problemas propios de su ciencia, sino, y sobre todo, un ser humano apasionado por la vida, pese a su enfermedad que lo condujo la mayor parte de su existencia a estar en una silla de ruedas y a comunicarse a través de un mecanismo electrónico sintetizador de voz.

Hawking, pese a sus limitaciones físicas, jamás cesó en su trabajo académico teórico y en el de divulgación científica que es, seguramente, porque el que la mayoría de nosotros lo conocemos.

Ese trabajo de acercar la ciencia a la mirada profana, es ciertamente un apostolado, por el cual debemos sentirnos afortunados de haber compartido el mismo tiempo en el mundo con una persona como Stephen Hawking y que, por otro lado, nos debe servir de referencia para que, desde cualquier ámbito del conocimiento en que nos desempeñemos, procuremos cumplir ese mismo propósito: acercarnos cada vez más a la ciencia y al pensamiento científico y, entre todo lo que esto significa, personalmente considero que es lo más importante: abandonar el miedo a estar equivocados.