No llores porque las cosas hayan terminado, sonríe porque han existido
C.E. Bordakian.
Es casi el día del padre, a lo lejos se escuchan las guitarras, el sonido armónico de los mariachis, el brillo y lozanía de las flores que intentan rejuvenecer la mañana, se puede sentir el olor de la comida fresca y tibia. Pero, parece ser solo un ritual mecánico de la mercantilización. Hoy que no tengo a mi padre, los invito para que de verdad dimensionen el valor que tienen los seres amados ahora que están vivos, escúchenlos, háganlos sentir importantes, proporciónenles calidad tiempo, no se ahorren en turnos, desplazamientos, detalles; hagan de la fiesta un verdadero carnaval en torno a él; vivan y compartan sin culpas, permitan que sienta que sus consejos por mantener la familia unida no han sido en vano; porque, cuando no esté y si figura solo viva en un retrato, esta celebración por fin cobrará sentido y será allí, donde los reproches y remordimientos nos dejen observar la ironía de nuestros comportamientos.
El ciclo vital de la especie humana es marcado por una infancia prolongada que condiciona el desarrollo de una conducta compleja, en la que queda de manifiesto que el ser humano es un animal sociable por necesidad, y no por elección, pero en esa sociabilidad es valiosa la presencia de un padre. A mi niñez es donde regreso cada tarde cuando los recuerdos gritan que ya no está, es a mi hogar que vuelvo para recrear su risa, su canto, su juego y darle así sentido a mi vida.
Hoy sé que puedo decirle a la muerte que esa madrugada del 16 de noviembre en la clínica Santa Gracia solo nos arrebató su cuerpo, ese que fue capaz de soportar todo por amor a María Teresa y sus pequeños hijos; que fue caballero en la derrota y en la victoria; que superó días de lluvia en procura del sustento y noches de insomnios en busca de cura para nuestros dolores y miedos; que fue altar y fue sacrificio; que soportó la inclemencia del cáncer sin renegar de su condición de hijo de Dios; que se dedicó a venerar a su amada esposa. Se llevó solo el cuerpo, porque su recuerdo sigue intacto y su imagen de padre amoroso, responsable, respetuoso vivirá eternamente.
Han pasado casi siete meses y puedo entender su partida, quizás, su peregrinar al cielo estaba marcado por un cruel y rápido dolor. Comprendo bajo la luz de la razón que su buen vivir en relación consigo mismo, con los otros y la naturaleza le permitió que Dios fuese misericordioso y lo llevara a su santa morada rápidamente. Hoy, recuerdo que el reloj sonaba cuando su mirada me buscaba en medio de la fría madrugada, y antes del último suspiro de mi padre besé su frente y sus bellos ojos me dieron su bendición.
Es junio y todas las miradas buscan al PADRE con afán y decirle lo valioso que es, lo vanidoso que debe sentirse de sus hijos e hijas, la alegría de crecer su nietos y nietas, el orgullo de haber cumplido la misión de ser amigo, hermano, confidente y cómplice. Sin embargo, cuando no está para mirarlo, acariciarlo, bendecirlo y llenarlo de detalles todo permanece en suspenso, un aire raro se hace dueño de los espacios que fueron suyos y que lleno de mimos, canciones y juegos. Pero, ante la mirada incrédula del tiempo y mirando a lo lejos el reloj de pared solo queda decirle: Oye cu-cu papá se fue/Prende la luz/Que tengo miedo.
Queridos lectores, si ustedes aún tienen la fortuna de sentir el arrullo de su voz y las vibraciones de su amor, no lo desaprovechen, cúbranlo de besos y regalos, porque cuando no esté, nada importará. Nada.