Una convocatoria de la Fundación Valencia-Calle auspiciada por el diario EL NUEVO LIBERAL.
El año 2020 será reseñado en la historia de la humanidad por la aparición del coronavirus. Durante meses estuvimos confinados en casa por cuarentena obligatoria aprendiendo nuevos hábitos. Miles de personas perdieron la vida y otros tantos padecieron dificultades y problemas personales difíciles. Y si para muchos será un mal recuerdo, para otros, la vida y el mundo, ya no les será igual.
Agradecemos a las 150 personas que aceptaron la invitación para dejarnos su testimonio para la posteridad.
Igualmente gratitud a la alianza de medios para la publicación de los textos: elnuevoliberal.com, www.pagina100.com, www.timbionoticias.com
He bajado y subido de peso, y he creado hábitos que solo pude concretar con tanto tiempo en casa. También he mirado el techo, escuchado música, me he enterado de los horrores y esperanzas allá afuera, diversificado mis gustos y convicciones. He perdido a mi familia, así como ocurrió con amigos de otros países. He sido contagiado, he llorado, he escrito, he visto películas, he sentido pena, dolor, escasa felicidad y he tratado de fijar la vista hacia un punto que se encuentre más allá de todas las quejas, dudas e incertidumbres. He deseado un abrazo (o miles de ellos), así como deseo ahora mismo que esto acabe.
Luis Enrique Vicente Hernández
Estudiante de Letras Hispanoamericanas
Manzanillo (Colima), México
¿En qué piensa un artista encerrado?
—¿En qué piensa un artista encerrado? —pregunta ella.
—En colores —le responde él.
—¿Colores?
—Sí, en cómo combinan y en lo que significan.
—¿Cuál es el significado más grande que puede tener un color?
—La paz.
—¡Es verdad! Es increíble que esa idea quepa en un color.
—Aunque podría tener más fuerza si se sabe combinar.
—No, la paz es blanca.
—No lo sé. ¿Te imaginas la bandera de Colombia con la franja blanca en vez de roja? —La mira él.
—Eso sí significaría algo poderoso. —Piensa ella.
Fabián Villamil
Artista
Cajicá (Cundinamarca), Colombia
Pandemia-coronavirus-cuarentena
Desde mi sitio de trabajo experimenté mucha angustia, ¡lloré! Me imaginé a mis hijos que son los primeros en la fila de atención de los pacientes de coronavirus y qué podía pasar con mis nietos. Me pregunté muchas veces por qué y volví a llorar hasta sentir el palpitar de mi corazón cuando ponía mi mano en el pecho. Pero recapacité, volviendo a pensar en mis hijos, pues no podía darles más preocupaciones. Fue entonces cuando llegó la misericordia de Dios a mi vida y me mostró que yo lo tenía todo, mientras que otras personas no tenían nada. Miré mis manos y me dije: “Vuelve a lo tuyo y así aportas a esta situación para bien”.
¡Es cierto!, volví a bordar. Retomé los bordados de las obras del maestro Ómar Rayo (que tenía empezados) y al ver que los terminaba me sentía tranquila y llena de valor para seguir y apoyar a mis hijos, nietos y nietas. Para mí fue importante sentir que todavía puedo aportar a esta sociedad, compartiendo lo que siempre he hecho: bordar y tejer para plasmar así mi dolor, mi dicha y mi ilusión por ver un mejor mañana.
Gloria Aidé Aranda Orozco
Diseñadora artesanal y de manualidades
Taller Damar / Popayán
Tres de la mañana de un día igual a otros treinta. La Tierra gira con su manicomio a cuestas. Duermen los aserradores, los verdugos y las víctimas. El ojo escudriña el corazón sospechoso de las sombras, vigilando que no llegue por sorpresa la inoportuna hilandera.
Tres de la mañana y en esta casa de miedo no se sabe quién es el sonámbulo o quién el insomne. Hay un presentimiento como el de la llegada de algo o de alguien. Abro los ojos y aterrado veo las vigas del antiguo cielorraso y una araña negra tejiendo y destejiendo una mortaja.
Fabio Holguín
Santander de Quilichao (Cauca), Colombia
Sentado en la pantalla frente a la pandemia, siento más adrenalina que en la última película que vi. Con hambre en el estómago y polillas en los bolsillos, soy bañado por el clamor de mis hijos que gritan con pasión: “¡Papi, no salgas!”. Trago saliva, abro la puerta y a la distancia unos zapatos deshechos arrastran una maleta más grande que la indiferencia que dejaban atrás.
La maleta clamaba con un trapo rojo mientras pisaba las piedrecillas en el asfalto, regando un mensaje que no se escuchó, junto a unas huellas que nunca dejó. Humberto se fue caminando a su país.
Harold David Sarmiento Rubio
Medellín, Colombia