Una nota sobre el genio

VÍCTOR PAZ OTERO

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Concepto falsamente problematizado y tergiversado en sus significados esenciales. Pues pertenece de manera casi exclusiva al espacio y al dominio indefinible y profundo de lo poético. Pero la percepción externa y la superficial comprensión misma de dicho concepto, han determinado una dolorosa confusión de lo que entraña y se ha visto reducido a resultados y creaciones que surgen como cristalización de cierto tipo de esfuerzos humanos relacionados especialmente con el campo de la ciencia. Pero eso es falso, algo grotesco y simplificante. Edison no es genio. Genios, Dostoyeski o Nietzsche.

Se trata de la tensión humana llevada a sus máximas posibilidades, al desgarramiento que facilita la intuición y el sentido total de la vida. En sentido estricto, el “cerebro” del genio, no piensa ni especula: Sangra, sueña e intuye. Y de ese sangrar y de ese soñar intuitivo surge la armonía descifradora donde se muestra o se revela la esencia secreta que fundamenta el sentido mismo de la vida y de la historia. El genio es el instrumento de esa revelación. Genio Rimbaud o Picasso, San Agustín o Quevedo, no Marx o Heissenberg.

El genio bordea la locura casi siempre, quizá por aquello de que para merecer la lucidez hay que perder la razón. Su alma, no su cerebro traspasa los umbrales del delirio y percibe como una fuerza enceguecedora los destellos clandestinos del ser, asumidos en su desnudez. Todo genio es abisal y abismal. Genio indiscutido Beethoven. En su esfuerzo creativo se supera el umbral de lo que usualmente se denomina humano y se atisba la infinitud y la atemporalidad de esa belleza inabarcable e incomprendida que puede estar determinando la existencia misma de la vida.

El genio carece de cualquier componente o trayectoria genética o cultural. No lo antecede nada, ni la historia ni la erudición, ni el origen, ni las circunstancias. Pertenece a lo indescifrable, al más puro y maravilloso azar. Sin embargo, hay pueblos donde ese azar aparece como especialmente privilegiado y actuante. Está España, con Cervantes o don quijote, cono Goya y Dali, el ya mencionado Picasso o también Quevedo. En Alemania sin duda acontece lo mismo, pero con ciertas atipicidades: Hegel, Nietzsche, Freud, Bach, Mozart, Einstein, tal vez también Thomas Mann.

Pero solo en Beethoven tiene su máxima y culminante expresión, él es máximo creador artístico en todas las épocas de la cultura, el más hermosamente intenso de los artistas. Francia conoce a Rimbaud y a Baudelaire, y están las sombras de Pascal, Voltaire y de Descartes y sin duda también aletea el genio errático y fulgurante de Napoleón. En Inglaterra resplandece con luz propia la figura descollante del gran Shakespeare.

En Rusia ese azar también ha sido selectivo y generoso. Un Dostoievski y un Tolstoi, algo en Lenin y en Chaikovski. Hay muchos otros, en muchas otras partes y en muchas otras épocas. Están los genios anónimos creadores del gran y profundo sentir y pensar religioso que se gestó en el oriente milenario y que le ha señalado caminos de superación y orientación espiritual a errático transitar de la especie humana por el laberinto del mundo. Platon, Aristóteles, Pitágoras. Confucio. Y es abundante la cosecha en los tiempos luminosos de clásica Grecia.

En la larga lista, necesariamente se incluye a Homero y a Buda, a Cristo sin duda alguna. Pero no se trata de enumerarlos, sino de percibirlos como presencias vivas que recorren el tiempo. El genio por otra parte, parece que nunca muere, como la materia viva se transmuta y se transforma en sus lenguajes y en sus significados y reinterpretaciones, en los accidentes cambiantes de la circularidad del tiempo histórico.

Entre nosotros, en esta América tortuosa y llena de sombras, en esta tierra que más que una raza “cósmica” ha engendrado una raza cómica, quizá el genio se haya mostrado, algo equívocamente, en la figura esplendida y arrogante de Bolívar. Probablemente en la figura silenciosa y sabia de un Borges y hasta en la figura de un escribidor de sortilegios y de hechizantes seducciones nacido en la tierra abandonada de Aracataca, tierra de burros y de sol.

El genio es como una lenta y maravillosa gota de la mejor esencia humana que se destila a lo largo de los siglos por los alambiques retorcidos de la cultura. Pocos de ello hay en la opulenta América del norte, tal vez destellos en Edgar Allan Poe y en ese gigante rubio y vital llamado Whitman.

Parece paradójico afirmar que el genio pertenece al ámbito de lo poético. Pero es así y no necesita demostración sino intuición y sensibilidad para aceptarlo. El genio es alteración y transmutación de valores, por medio de los cuales se redefine de manera significa algo del curso de la historia y de la propia vida. El genio jalona la historia y amplifica los horizontes de la vida. Reconcilia a todos los hombres con el propio destino humano. El genio está en ese punto de llegada donde algún día debe arribar este animal escarnecido e inconcluso que llamamos hombre.