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    Popayán: destino y enigma (6)

    VÍCTOR PAZ OTERO

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    El acto más contundente y definitivo para dar inicio y contenido al ciclo republicano, fue para la ciudad de Popayán durante el siglo XIX, la creación de la Universidad del Cauca. Por tal razón, el supuesto tiempo republicano y democrático fue para nosotros los payaneses, la presencia y el significado de aquella institución, cuya presencia se convirtió desde entonces, tanto como símbolo y como realidad, en un nuevo punto de orientación que señalaba el derrotero que tenía que seguirse para que la ciudad, pudiese continuar asumiendo y ejerciendo su influencia y su relevancia en el nuevo orden social y cultural que instauraba la recién configurada república. República, que al menos en teoría, privilegiaba el valor y el poder de la cultura y de la inteligencia, frente a la arrogancia y la relativa opulencia, que en su pasado colonial, la ciudad había conquistado, en buena parte, como consecuencia del trabajo esclavo.

    Le interesa leer… ‘Popayán: Enigma y destino (5)’

    Parte de la tragedia y de la confusión que hoy padece Popayán y que se potencializo a partir del advenimiento del ciclo republicano, en mucho se explica por el hecho, de que la ciudad nunca ha sabido ser contemporánea del presente. Y al no poder ser contemporánea del presente, condicionó que los payaneses mayoritariamente se volviesen fetichistamente adoradores del pasado. De un pretérito que nunca ha pido ser descifrado ni esclarecido en sus más profundos y verdaderos significados.

    Para Popayán de manera esencial, la republica significó la abolición de la esclavitud. Y la abolición de ese repugnante momento de nuestra historia, igualmente significó la liquidación de la relativa opulencia, significo el fin del supuesto prestigio social que en su época adquiría la riqueza obtenida de la explotación tanto del sufrimiento como del trabajo esclavo. La republica llegó a Popayán cargada de pobreza material, pero también llegó preñada de ideales y realidades más dignas y exaltantes para inaugurar un más esperanzador proyecto de destino histórico. Puesto que la republica nos trajo la UNIVERSIDAD y con ella nos llegó una nueva visión de lo que tendrían que ser las nuevas relaciones vinculantes entre los seres humanos.

    Desgraciadamente esa perspectiva y esa comprensión de la nueva historia y de la nueva cultura, en estricto sentido, no fue comprendido, o al menos muy precariamente asimilado, por las elites que sobrevivieron al colapso de la colonia y que mantuvieron mucho del poder político que instauró la república. Esa incomprensión en muchos aspectos explica, la veneración acrítica, ingenua y estúpidamente aristocratizante, que empezó a darse en relación al culto que se le rindió al pasado.

    La ciudad se entregó a la “búsqueda del tiempo perdido” y de forma errática y sonámbula se despreocupó de entender el tiempo presente, del nuevo y cambiante tiempo que estaba llegando.

    Si se hubiese comprendido con auténtico sentido y valoración críticas el propio pasado, se tendría que haber aceptado con orgullo y complacencia que la verdadera y más valiosa herencia de ese pasado cristalizaba en el balsámico y hermoso patrimonio urbano y arquitectónico que edificó la riqueza obtenida en los tiempos del esclavismo. Pues “sin querer queriendo” la ciudad fue configurada como un verdadero y destacado núcleo de hermosas edificaciones, gratas y convocadoras para los rituales del espíritu y del pensamiento.

    El pasado nuestro, funda y todavía conserva precariamente su esplendor en esa arquitectura y en ese espacio mágico y de plurales encantos que materializa nuestro centro histórico, espacio hoy ultrajado y envilecido por muchos elementos.

    El pasado colonial, sin tener clara conciencia de lo mismo, nos legó la verdadera infraestructura de lo que sin duda puede ser una desafiante CIUDAD UNIVERSITARIA. Una ciudadela única en Colombia, donde la ciudad, de haberlo asumido y comprendido a tiempo, hubiese podido hacer un tránsito honroso y digno para lograr un destacado acomodo dentro de las nuevas estructuras tanto económicas, como culturales y sociales que introduce esa realidad a la que confusamente designamos como la modernidad

    ¿Sera qué como en el versito de marras, todo nos llega tarde? Personalmente no creo que estemos condenados a tan dolorosa fatalidad, fatalidad que implicaría la irreversible y dolorosa disolución del alma de la ciudad.

    De ahí la urgencia, casi el imperativo categórico, que nos impone redefinir la visión y la orientación de futuro de la ciudad. Visión que necesariamente está condicionada y hasta “encadenada” inexorablemente a convertirse en un gran centro cultural, en una verdadera CIUDAD UNIVERSITARIA. Proyecto nada utópico, por el contrario realizable y ya realizado fragmentariamente en muchos aspectos, y que se puede continuar consolidando en la medida en que las diversas fuerzas vivas y actuantes de la ciudad lo asuman como compromiso de salvaguardar el legado histórico del cual aún la ciudad se ufana y enorgullece.