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    Bolívar 1830

    VÍCTOR PAZ OTERO

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    Un 17 de diciembre del año triste de 1830, aconteció la muerte de Bolívar. El hombre cuya vida y obra configuran un hecho de grandeza y de impacto épico poco corriente en los anales históricos de los pueblos.

    Ser extraordinario y complejo, que soñó y acaudilló un proyecto político-militar que vino a redefinir de manera profunda el ordenamiento geopolítico de todo un continente.

    Fuera de toda duda, el ser que agota y desborda todas las categorías con las cuales intentamos comprender el despliegue y el significado de una personalidad en el escenario siempre atormentado de la historia. El HEROE por definición. El incomprendido y transitoriamente derrotado y traicionado por la fuerza oscura y pequeña de la envidia que se encarna en los seres mezquinos, en los que siempre serán incapaces de asomarse al paisaje de la gloria y la grandeza en el territorio de la vida y de la historia.

    En mi novela “BOLIVAR DELIRIO Y EPOPEYA”, se relata literariamente, el trágico final de esa existencia iluminada e iluminante.

    “Hoy Manuela, es 17 de diciembre. Ha llovido al amanecer. Según el médico Reverend, todos mis síntomas están llegando al último grado de intensidad. Mi respiración se ha puesto estertorosa. El doctor me toma la mano. Yo deseo tu tibia y carnal mano enamorada. Ya no hablo sino de cosas difusas. Sigo diciendo que quiero salir de este confuso laberinto para encontrarme con la luz que he amado tanto. Quiero convertirme en relámpago o en una raíz profunda y quebradiza donde fructifique un árbol con frutos menos ácidos.



    Solo escucho, Manuela, un lejano sonido diluyéndose en los bosques. ¿Por qué llueven violetas con la lluvia, Manuela? ¿Por qué he estado viviendo a la espera de algo que no habría de sucederme? ¿Por qué estoy cansado de esta luna verde y los otoños? ¿Por qué no hay nadie en este mundo, por qué todo está deshabitado?

    ¿Por qué continua encerrado en este laberinto?

    Manuela, ¿Por qué nunca he podido comprender la íntima sustancia que sostiene los jardines, cuando para estar en el jardín no se requiere nada, ni el tiempo en donde hemos sido, ni el tiempo en donde somos? Manuela, estando en el jardín el alma por si sola lo ha ganado todo.

    Ahora el médico me toma nuevamente el pulso. Ya no tiene duda ninguna de que mi muerte es inminente. Se asoma a la puerta de mis aposentos y llama a mis generales. “si queréis presenciar los últimos momentos y el postrer aliento del Libertador, ya es tiempo”

    Sí, ya es tiempo, Manuela, Ahora que están aquí mis generales, y no estás tú para cerrar mis ojos, al menos que alguien abra esas ventanas para que venga y entre el ángel invisible de lo extraño, ese ángel tatuado de imposibles que debe soplar un poco de tiempo en mi pequeño cuerpo entumecido para que yo resucite con mis alas mojadas, plegado y adolorido otra vez a la precaria finitud del ser.

    Abre esa ventana, Manuela, que quiero mirar todas las lluvias en la quietud de un pétalo, Que quiero por última vez ver los cambiantes universos unificados en el esplendor de una mirada, pues me voy, Manuela, hacia el otro lado del espejo. .Pero antes de irme, ven, Manuela, tan luego ven, ven a poner tu silencioso rostro del lado de este instante, ven a existir conmigo sin tiempo y sin materia, ven más allá de la muerte, al otro lado de los astros taciturnos que nos llaman. Deja tus huesos del lado de los vivos y ven a embriagarte de esta eternidad sin muerte. Ven que todo es ilusorio. Ven a la difusa luz de este último crepúsculo.

    Ven, Manuela, que son la una y treinta de la tarde, y yo acabo de morir y estoy amándote.

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