SIGIFREDO TURGA
Covid 19 nos está mostrando lo débiles que siempre hemos sido. No obstante, contra esta realidad, nos hemos pretendido amos y señores de la naturaleza. Haciendo a nuestro antojo y sin consultarle a esa naturaleza.
Queriendo poner al suelo en condiciones de mucha mejor productividad con los monocultivos para así mejorar el resultado de los negocios, es infinito el daño causado a los ecosistemas contaminándolos con elementos químicos.
La ganadería extensiva es una manera de hacer empresa y es muy común todavía en Colombia usarla como un buen mecanismo para construir y ampliar latifundios, que actualmente van destruyendo las selvas amazónicas, como ya se hizo en otras épocas sobre otras regiones.
La locura humana nos ha llevado a destruir zonas inmensas de reserva de agua con tal de extraer minerales, especialmente el oro. El territorio colombiano está lleno de miles de casos, para los cuales muchos son los empresarios y empresas que tienen vía libre porque cumplen con el escudo protector de ser autorizados como minería legal. Actualmente el país tiene bastantes concesiones mineras que están por ponerse en operación, con la anuencia gubernamental.
El caso de Santurbán parece que, por fortuna, quedó superado, aunque había tenido todo el apoyo gubernamental la empresa árabe Minesa, para explotar esta zona aurífera. La lucha que libró la comunidad con toda energía y decisión durante más de 10 años, hizo que el gobierno aceptara los estudios científicos que demostraban el daño perenne que causaría al ecosistema, no solo al agua.
Durante miles de años el ser humano estuvo consumiendo en América la coca como magnífica planta alimenticia, pero en el siglo 20 se le ocurrió a ambiciosos negociantes, que era mejor promover su consumo a unas proporciones mucho más elevadas por miligramo consumido. Consecuencia de ello el ahora negocio de la cocaína es una cadena de corrupción, guerra y ejércitos que asesinan desde distintos bandos dejando miles de muertos. Buscando corrección los gobiernos de Colombia y otros países queriendo resolver los problemas utilizando ejércitos, regando con un químico peligroso, el glifosato y llenando las cárceles de delincuentes.
Que locura, nuestra civilización occidental, que se instaló en América desde 1492, durante siglos ha gestionado la vida destruyendo y deformando la naturaleza. Es muy relevante que siempre se ejecuta bajo la dirección de élites gobernantes que impulsan el crecimiento económico sin importarles mucho que se proteja la naturaleza o que se privilegie la equidad en derechos de los habitantes. Consecuencia de ello es el fortalecimiento a la corrupción. Dichas élites tienen el cuidado de conservar sus puestos de comando aprovechándose de su capacidad de control a su favor.
Actualmente nos está tocando afrontar a todos los seres humanos la posibilidad de morir de manos de un enemigo común, el Covid 19, otro grave error humano. Nadie está exento, sea de la élite gobernante o no, y por lo mismo surge la necesidad de pedirle a esas élites poderosas para que cambien sus políticas dirigidas a la destrucción de la naturaleza y a reconocer que todos somos iguales en derechos y obligaciones.
Dentro de esta realidad nos tocó vivir la dolorosa muerte del ministro Carlos Holmes Trujillo, muy lamentable igual que la de todo ciudadano que haya pasado por esta triste experiencia. Ahora que ningún poderoso está exento de morir, igual le ocurre a cualquier humilde parroquiano, es hora de que nuestros líderes formados para fortalecer este desarrollo económico contra la naturaleza, se dispongan a dar el giro, orientando las maneras de vivir sin que la naturaleza sea lesionada.