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ORIANA MENDOZA VIDAL
A estas alturas del año, comenzamos a pensar que “el tiempo pasa muy rápido”, llega septiembre y diciembre se acerca en un “abrir y cerrar de ojos”. Algunos recuerdan los propósitos trazados el 31 de diciembre del año pasado, otros los tienen presentes y verifican con frecuencia su avance y cumplimiento. Así como en la vida personal, lo mismo ocurre en la cotidianidad empresarial, es el momento de hacer una pausa.
Los directivos de la mayoría de las empresas, en los últimos meses del año, dedican parte de su tiempo a analizar diferentes factores para planificar y fijar las metas del año siguiente, teniendo como rumbo la visión y misión de la organización. En dichas jornadas de trabajo afloran los deseos, los anhelos y sueños tanto de directivos como de los colaboradores que contribuyen con su estructuración. Se establecen las metas para el periodo venidero, asociando actividades para su cumplimiento, y cuando hay rigurosidad, indicadores que medirán periódicamente su avance.
No obstante, sucede con frecuencia que nuestras metas empresariales, a medida que transcurre el año, se van diluyendo en los azares de las urgencias, las vicisitudes y los imprevistos, de tal manera que va entrando septiembre y una angustia prenavideña invade nuestros pensamientos: otro año más y nos falta tal o cual cosa para… nos sentimos frustrados, porque a pesar de trabajar duro día tras día, no logramos visualizar que estamos alcanzando las metas.
Así las cosas, las metas empresariales, que, al estar alineadas con el propósito de vida de su líder, se traducen en planes realizables para la organización, parten de un ejercicio de planificación. Desde la administración de empresas se habla bastante de este concepto y cuando se cometen errores empresariales, generalmente la respuesta es: falta de planificación. Pero ¿qué es planificación? Se puede definir la planificación como el proceso de establecer objetivos, desarrollar estrategias, trazar los planes de implementación y asignar recursos para alcanzar esos objetivos. La planificación nos ayuda a definir lo que una organización, un plan, programa o un proyecto pretende lograr y cómo va a realizar la tarea (PNUD; 2009). En la planificación se analizan factores internos de la empresa y externos relacionados con su entorno, para definir las metas a alcanzar. Dentro de los elementos internos se encuentran el talento humano, el recurso financiero, la infraestructura, la tecnología, etc.; como externo listamos la conectividad, las grandes obras públicas, la política monetaria, los fenómenos climáticos (sobre todo para empresas relacionadas con el sector agropecuario), la estabilidad política, la inflación, la tasa de cambio del dólar, etc., cuyos cambios bruscos pueden afectar negativa o positivamente a la empresa y la definición de sus metas. Bien dice mi papá: “mientras unos lloran, otros venden pañuelos”.
Por ello, al tener clara la planificación se tiene identificado lo qué se quiere lograr, se formulan estrategias para alcanzarlo, se determinan y asignan recursos, para finalmente, elaborar los planes de implementación con sus respectivas actividades. En la puesta en marcha de los planes, es clave definir acciones cortas y concretas que vayan sumando poco a poco para alcanzar las metas. Semana a semana ir ejecutando tareas individuales y de grupo que se reflejen en el avance de los indicadores, con perseverancia, sin desfallecer, al tiempo que se van tomando decisiones, pequeñas, trascendentales, que implican renuncias, desafíos, sacrificios, al final, de eso se trata la vida empresarial: de logros, frustraciones, aprendizajes, decisiones y grandes satisfacciones al alcanzar los sueños anhelados.
En resumen, es innegable la importancia de la planificación empresarial para avanzar hacia el logro de las metas trazadas, pero una planificación sin acción se queda en buenas intenciones, sueños. La planificación se traduce en planes y éstos en actividades que se concretan con decisiones. Recordemos aquella enseñanza de un respetado empresario payanés para tener éxito empresarial hay que poner en práctica tres verbos: “saber, normar y hacer”, y haciendo es como se aprende a tomar decisiones, cuyos resultados retroalimentan el “saber”, comenzando nuevamente el ciclo. Así que, a tomar un respiro, revisar lo planificado para este 2018, redoblando esfuerzos para lograr las metas en los meses que quedan del año.
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