Por: Alejandra Salazar Muñoz
Comarca Digital – Universidad del Cauca
Hace cinco años llegó con las patas chorreadas de sangre y los ojos vidriosos, una enfermedad venérea, la vagina ensanchada, el cuerpo caquéxico y el pelo enmarañado. Yo la conocí hace dos años: la primera vez que nos vimos salió a saludarme medio cobarde, pensé que no le había gustado mi olor, luego me vine a enterar que la habían abusado sexualmente.
Sasha ha sido el retrato de una vida miserable y la imagen diáfana de la impunidad de las mentes perturbadas. Tardó más de tres años en recuperarse, vive con una familia compuesta solo de mujeres y cuando llega un hombre de visita a la casa se esconde debajo de la cama y empieza a gruñir. Hay algunas cosas que resultan imposibles de olvidar, los daños son irreparables.
Sasha, Sami y Estrella no son los únicos casos, son cientos, a lo mejor miles de animales que les han arrebatado de su paso una vida digna. Animales acosados, abusados, asesinados. El planeta es un paraíso para zoófilos. Un acto debatido entre el estigma y el silencio, un silencio que pareciera infinito y que poco se piensa porque al final nos es ajeno, indiferente, una indiferencia que deja víctimas en la opacidad.
La sola ley no basta
En enero de 2016 salió a la luz nacional un logro en materia legislativa, una ley que revindica los derechos de los animales y su protección. En efecto, la ley 1774 llega como una luz en medio de la oscuridad fatídica del desprecio humano, una norma mediática por su novedad y trascendencia pues pone de manifiesto consecuencias penales para todo aquel que abandone o maltrate a un animal de compañía. Los movimientos animalistas alaban el éxito del Congreso y muchos otros creen que Colombia es ahora un país petlovers.
El asunto no termina ahí. No es la cárcel una solución radical ni las leyes una unidad hermética e integral que sugiere el fin de un problema. Siguen existiendo al acecho acciones oprobiosas que todavía no se han tomado los canales nacionales. En el Valle del Cauca, que no solo es caña de azúcar y salsa, se aloja cerca de Buga el “violador de Guacarí”, un sujeto simbólico por la particularidad de dejar parapléjico a los gatos que abusa, según lo señalado por Publimetro. El hecho nunca fue denunciado y para entonces estaba vigente la ley 84 de 1989 que no contemplaba más que sanciones pecuniarias. Más arriba, en el norte, cúspide de la modernidad y la metrópoli, la situación parece obnubilarse. En el Barrio Santa fe y en Bosa hay lugares donde se rentan películas pornográficas zoos; además se alquilan cerdos, ovejas, cabras, perros y gallinas para servicios sexuales. Los perros son los preferidos como “perfectas damas de compañía”, explicó Elizabeth Salazar miembro de la asociación ADA, en declaraciones hechas al diario El Tiempo.
Si bien hoy en Colombia, según las modificaciones hechas en el año 2016 al artículo 655 del Código Civil, a los animales se les atribuye el calificativo de “seres sintientes”, se está lejos de considerarlos titulares de derechos y más aun de otorgarles dignidad. La misma ley modificó además el código penal, artículo 339B, y asumió el abuso sexual con animales solo como agravante punitivo, pero deja en entredicho ¿qué es el abuso sexual con animales? y ¿cuál sería su interpretación por parte de jueces y magistrados? Sin duda existe en este sentido un vacío jurídico.
Hace un año, Canadá desató polémica entre animalistas y legisladores al permitir tocamientos y practicas con animales siempre que no haya penetración, todo a raíz de un video hallado donde se muestra a un hombre que unta mantequilla de maní sobre su miembro viril mientras su perro lo lame hasta hacerlo eyacular.
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