PALOMA MUÑOZ
Docente universitaria
Cuentan que únicamente el día domingo les daban unas horas de descanso a los esclavos de las minas y las haciendas de trapiche, el cual empleaban para lavar sus ropas o lavar oro en el río, con la ilusión de comprar su libertad. Además, asistían a la capilla que fue construida por los negros esclavos para el adoctrinamiento católico en el año de 1857. Por ese corto permiso de descanso los domingos, a ese lugar lo empezaron a denominar la capilla de Dominguillo. Luego se le llamó la capilla de Santa Bárbara de Dominguillo, en honor a la patrona de la región, a quien se la consideraba la protectora de las tormentas y de los rayos. El oratorio está ubicado en una de las veredas contiguas al poblado de Santander de Quilichao (Cauca), cerca de la vía Panamericana. Fue declarado Monumento Histórico Nacional por el gobierno, mediante el Decreto 2860 del 26 de noviembre de 1981, según la Ley 163 de 1959.
La capilla cuenta con un teatrito en piedra de cantera, dispuesto a uno de sus lados, donde los habitantes de la localidad acostumbran a realizar sus bailes de fugas-jugas de adoración al Niño Dios. Esto ocurre en el transcurso de enero, febrero y marzo, meses antes de la Semana Santa.
Durante un trabajo de campo investigativo que realizamos por la región, la gente nos iba comentando (a mis estudiantes y a mí) cómo cada una de las minas en el norte del Cauca contaba con su capilla doctrinera, denominadas Cerro Gordo, Agua Blanca, Santa María, San Vicente, Nuevo Real de Agua Blanca, San Bernabé y Dominguillo. Lo anterior se dio porque el adoctrinamiento católico era dictado por cédula real o por vocación de los propietarios. El interés que primaba era el saqueo del oro, de la riqueza aurífera acumulada por los indígenas y, cuando esta se terminó, se inició la explotación de las minas para lo cual necesitaron mano de obra esclava africana.
En el norte del Cauca, sobre el valle del río que lleva su nombre, históricamente se produjo un proceso de evangelización mayor en las haciendas, desarrollado por las comunidades religiosas que oficiaban en ellas. En la haciendadelJapio se establecieron los primeros encomenderos de la Corona española. Inicialmente la Compañía de Jesús permaneció durante más de 50 años allí, ocupando estos extensos territorios para la explotación económica. Luego, la hacienda pasó a una Junta de Temporalidades y después la heredó la familia Arboleda. Don Francisco Antonio Arboleda y sus descendientes, oriundos de Popayán, haciendo honor a su abolengo, explotaron minas de oro en su gigantesca finca y en varios sectores de la provincia, como las minas de Quinamayó, en jurisdicción de la ciudad de Caloto. Dice el memorial del año de 1803, que Quilichao empezó a poblarse a principios del siglo XVIII, en un terreno que era indiviso.
El Japio fue la principal hacienda esclavista del norte del Cauca, con la decisiva presencia de la Iglesia católica representada en sus capillas doctrineras, desde donde se impartían los oficios litúrgicos. En estos cultos los esclavos participaban de manera obligada, pues su ausencia era castigada severamente. La hacienda y su capilla se constituyeron en sitios de confinamiento del que no podían salir sin permiso especial, ni siquiera en los días de fiesta. Se trataba de un extenso territorio que hoy incluye los municipios de Caloto, Miranda, Corinto, Santander de Quilichao y las tierras planas de Toribío, con una extensión que llegó hasta Cajibío, en los límites cercanos a Popayán.
Cabe agregar que, en el norte del Cauca, la asimilación de la religión católica fue muy fuerte, a diferencia de lo que ocurrió en otras regiones del país. La Corona española, por medio del adoctrinamiento de los africanos, logró inspirar en ellos un sentimiento de obediencia. Aun así, hubo grandes e intensas rebeliones que libraron los ‘negros’ para obtener su libertad. Luego de la abolición de la esclavitud, los esclavistas trataron de evitar que abandonaran sus tierras y les propusieron formas de campesinado. Algunos hacendados les cedieron terrenos condicionados para que vivieran con sus familias, a cambio de trabajar diez días sembrando caña, plátano y cacao en las haciendas. Los que habitaban las zonas selváticas decidieron quedarse con los terrenos que cultivaban, defendiéndolos a toda costa.