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FERNEY SILVA IDROBO
Su figura desgarbada se distinguía en la entrada del cementerio, en medio del deficiente alumbrado público y del paso raudo de vehículos particulares y motos, no se advertían la presencia de aquella solitaria silueta; la noche apenas iniciaba, las sombras del crepúsculo asaltaban el día, nubes grises y estrellas ocultas, insinuaban la precipitación de las lluvias.
Con la paciencia que solos los muertos tienen, el reloj sin manillas empezaba a juntar más estampas en la oscuridad, unas eran cortas, anchas, algunas femeninas y otras infantiles, como reunión de almas se instalaban en la portezuela del camposanto.
Seguía de lejos la escena mientras continuaba mi marcha diaria de ejercicios, todo lo deje en la memoria para poder repasarlo más adelante.
… Llevaba casi 20 minutos esperando sobre la variante norte el colectivo que me llevará al centro de la ciudad; miraba el horizonte pero la ruta no se vislumbraba, finalmente paso con el tiempo irregular.
Al subir al colectivo casi caigo por la puerta, porque mientras entrega el dinero y esperaba el retorno del pago, el conductor arranco tan veloz como lo hiciera Montoya en la fórmula uno, recordé la clase de física en mi colegio, en especial la explicación sobre la inercia.
Luego de un recorrido veloz y a veces muy lento por la ciudad, llegamos al centro, enseguida de timbrar y jugar al equilibrio hasta llegar a la puerta, encontré escalones angostos y altos para bajar, igual que los de subir; no me imaginaba como un ciudadano con discapacidad o de la tercera edad podría sortear semejante pruebas dignas de un reality de televisión.
El pico y placa nos lleva a conocer nuestra localidad de una manera lenta y clara, ayudad a descontaminar y descongestionar, también sirve para entrar en contacto con las venas de la ciudad.
Al terminar la tarde, escogí la única ruta que lleva a la variante norte de la ciudad, cerca al cementerio; el paseo sirvió para recordar cada hueco, no me refiero a los presupuestales, sino al de las vías; repase andenes de 30 centímetros de ancho que más que aceras, parecían la cuerda floja de los malabarista de circo, donde los ciudadanos terminan caminando sobre el asfalto. Sin paraderos, ni zonas de estacionamiento, me sentí bajando por un tobogán listo a caer en una piscina sin agua.
Finalizando el recorrido a la altura del Sena del norte, siendo las 18 horas, el conductor del servicio público de una manera muy decente, nos dijo que debíamos bajar, que a esta hora no iba hasta la vía al cementerio, que él devolvía el dinero y que cogiéramos una moto taxi para llegar. Luego de reclamarle el incumplimiento y a riesgo de terminar en la casa del motorista, decidí bajarme. En ese momento entendí que nuestra ciudad ya tenía servicio de transporte integrado.
Siendo las 19 horas, realizando de nuevo la rutina de ejercicio, encontré el arrume de almas abandonadas por el cementerio, entendí que había vivos y muertos, todos esperando la ruta que no pasaría. Al parecer algunos ciudadanos no tienen derecho a transportarse, por ende ni estudiar o trabajar en la noche, al menos les cuesta mucho más.
¿Cuantas zonas de la ciudad están en la misma situación? Muchas almas en pena la recorren, unas a pie y otras en servicio de transporte “integrado”. Como la noche se traga el día, la indiferencia carcome el espíritu de nuestros dirigentes.
Hoy veo sobre los muros del cementerio, los muertos reírse de nosotros los “vivos”.
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