RODRIGO SOLARTE
Universalmente este 2020 ha sido diferente, incluyendo las rutinas decembrinas referentes a las manifestaciones acordes con la economía disponible, y las tradiciones religiosas.
La virtualidad penetró los mercados y la manera de celebrar y/ o lamentar la vida en estos períodos de fin y año nuevo.
Las resiliencias o maneras humanas de superar situaciones como las que estamos viviendo, se construyeron psicosocial y culturalmente, superando temores relacionados con la muerte física, desafectos y sufrimientos, no pocas veces desde la vida intrauterina o antes de la concepción (violaciones, embarazos no deseados, abortos provocados, machismo, disfunción de la pareja, etc.).
Las situaciones vividas influyen a todas las edades del Ser, desde la vida prenatal. Los análisis que los adultos hacemos, tienen poco en cuenta el sentipensar de las niñas, niños, e incluso adolescentes y jóvenes, razón muchas veces de su rebeldía y desobediencia, ante la ausencia de diálogo afectivo, facilitando la tendencia a relacionarse o vincularse con pandillas de pares que comparten algo o similar historia familiar.
Esta sorpresiva pandemia viral, principalmente respiratoria, continúa retando a nuestra civilización, agudizando crisis de toda índole, tanto ambientales como materiales y espirituales, involucradas en lo que concebimos como POLITICA o políticas, si deseamos su abordaje por sectores.
Cuando vida y muerte se acercan tanto en el proceso vital, evidenciado en violencias, guerras y epidemias, es cuando los promeseros salvavidas se hacen ¨su enero a diciembre¨ con los miedos difundidos, reales o ficticios, ante el instintivo amor a la vida, convertido en la sociedad capitalista creada por la inteligencia humana, como un negocio más a explotar.
El calentamiento global es también consecuencia de la explotación que de la naturaleza hemos hecho como especie, reconocimiento que el ESPIRITU CIENTIFICO pro-vida de las especies, llama al cambio de paradigmas, los cuales en su momento histórico fueron entendidos y aceptados sin saber las consecuencias que se podrían desencadenar.
La separación de lo material con lo espiritual también es ficticio. Ambas realidades se integran en el SER HUMANO, equivaliendo a la casa común de cuerpo y alma, como aporte cultural filosófico, científico y teológico de nuestra especie.
En Navidad o año nuevo, oraciones, buenos deseos y regalos se articulan como tradición, mostrando eso sí, las polarizaciones existentes, cuya historia de acumulación debe ser estudiada y entendida, centrados en las verdades de los procesos, potenciales constructores de la VERDAD que nos muestre el horizonte y caminos a transitar como especie anhelante de JUSTICIA, SOLIDARIDAD Y DIGNIDAD, realmente humana y humanizada.
Llamé espirituales a estas transiciones, al observar cómo los déficits económicos en este sistema de valores mercantiles y consumistas, seguirá induciendo la virtualidad con la tecnología cibernética, pero como producto de la creatividad humana, no será única la verdad mediatizada por los intereses mercantiles.
Las vacunas de emergencia para la Covid-19 y las nuevas tecnologías para su creación, requieren también una ALFABETIZACIÓN INTEGRAL que popularice la verdad de las mismas incluyendo el seguimiento, tanto de quienes decidan aplicársela, personalmente y en familia o localidad, como a quienes decidan no hacerlo, en el entendido que la ciencia no es un dogma de obligatorio cumplimiento para esta situación, y no para las que crónicamente nos vienen afectando, pese a la científica o material demostración, asumida espiritualmente, a su manera, por la política.
Esta nueva comisión de la verdad, sería prospectiva y conformada por científicos integrales que también existen, independientes económicamente de los fabricantes de las vacunas, expertos facilitadores del diálogo con las comunidades y estratos socioeconómicos, entre otros. Que esta Navidad reflexiva y responsable con la vida y su futuro, la asumamos en familia, bien en el campo o la ciudad, entre pocos o virtualmente de ser necesario.