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JUAN CARLOS LÓPEZ CASTRILLÓN
En los últimos 20 días – el tiempo que lleva bloqueada la panamericana por esta nueva Minga Indígena – he caminado mucho y he tomado varios taxis para ir y venir de las reuniones. Hay que ahorrar la gasolina para una emergencia.
De ese trasegar quiero narrarles una historia que bien resume la situación de la inmensa mayoría de las personas que vivimos en Popayán.
Rafael es taxista, me recoge el jueves pasado en el centro y me lleva hasta el apartamento. En el camino entablamos una conversación y me cuenta que tiene tres hijos pequeños, de once, nueve y seis años, la última una niña. Paga arriendo en una casa en La María Occidente.
Su esposa trabaja en la cocina de un restaurante, sale todos los días a las 6:30am y regresa a las 7:00 de la noche, pero ya le dijeron que a partir de mañana no vuelva, pues las ventas han bajado. La gente está cuidando la plática, me cuenta.
Sus hijos no fueron martes y miércoles a la escuela porque una circular de la Secretaría de Educación municipal suspendió clases esos dos días por la escasez de alimentos y combustible, por lo tanto se quedaron encerrados viendo televisión; le da miedo que salgan a la calle, hay mucho “vicio” rondando por la comuna. Me ratifica que efectivamente en su barrio tampoco se consigue pollo y que los huevos subieron de precio.
El vehículo no es de él y tiene que entregarle 55 mil pesos al dueño por trabajarlo doce horas, adicionalmente hay que dejarlo lavado y tanqueado. Cuando no lleva plata a la casa pasan dificultades y por estos días los ingresos se le vinieron al piso, tanto porque ha disminuido el número de servicios, como por el tiempo que tiene que perder en las filas para comprar gasolina, que son de dos a cuatro horas.
Al día siguiente, una líder comunitaria me contó de un problema adicional asociado al bloqueo: su suegra está en un tratamiento médico y tiene que ir todas las semanas a Cali, allá los remitió la EPS porque en Popayán no existe la posibilidad de atenderla. Ella siempre va en compañía de su suegro, antes les costaba quince mil pesos por trayecto en bus a cada uno y se demoraban dos horas. Fueron dos veces por la carretera alterna a la panamericana, se gastaron ocho horas y les costó 50 mil pesos por cabeza. Esta semana no fueron, no hay plata.
Tanto ella como Rafael están muy preocupados, conocen las diferentes posiciones, saben que el Presidente dijo que no viajaba al Cauca mientras siga el bloqueo, que los indígenas no levantan la protesta mientras no se presente el primer mandatario y que algunos empresarios le han dicho que no venga, “que ellos aguantan”.
¿Pensarán lo mismo las decenas de hoteleros a quienes les siguen cancelando las reservas para Semana Santa? ¿O los microempresarios que no pueden ingresar materias primas ni sacar envíos? ¿O los del sector agropecuario que pierden a diario sus productos? ¿O cualquiera de los miles de afectados?
Posdata: estas historias, que con seguridad se repiten en cientos de hogares, nos dejan una triste conclusión: que este “pulso de poder” y la incapacidad de las partes para llegar a un punto de encuentro que permita levantar el bloqueo nos afecta a todos, a unos en mayor medida que a otros; pero al final no habrá ganadores, todos perdemos.
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