FERNANDO SANTACRUZ CAICEDO
Si es veraz que hablar es plata, no es menos cierto que callar es oro. Animado por mi discurso íntimo, quiero compartirlo y narrar cuanto aprendí de mis Padres sobre el Sentido de la Vida. Canto mi inmensa tristeza por la partida hacia la curva eterna de los siglos de esa mujer excepcional que fuera Alicia Caicedo de Santacruz (+27- 07-2020), mi Madre, y recordar, afectísimo, a ese hombre magnífico, síntesis de virtudes y yerros, que fue Jorge Santacruz Ortíz (+31-08-1998), mi Padre.
Me maravilla la eternidad del tiempo, el infinito espacio y la perennidad de lo inorgánico. Me conmueve la efímera existencia humana y de los cuerpos vivos. Así como la flor se marchita y esparce sus semillas engendrando nueva vida, con la muerte renace transformada la existencia que reclama nuevos horizontes. Nacemos para vivir la muerte y morimos para proyectar una vida perdurable. Somos minúsculos granos de arena en un gigantesco desierto, diminutas gotas de agua en un océano inmensurable, somos casi nada en la inmensidad del cosmos y su perpetuo movimiento.
Antes de ser luz el diamante es carbón y, análogamente, la pesadumbre deviene en esperanza. Doña Alicia y Don Jorge, encarnaron un matrimonio signado por su vitalidad, trabajo y esfuerzo constante, espíritu de sacrificio y superación, rectitud a toda prueba, responsabilidad y honestidad intachables, solidaridad sin igual, respeto por el Otro, amistad sincera, pero sobre todo dispensaron AMOR a sus hijos, familiares, conocidos e ignorados, en suma amaron la Humanidad. Su energía se reflejó en palabras y, fundamentalmente, en obras, siendo simultáneamente verbo y acción. Por ello son y serán recordados con enorme gratitud por quienes los conocimos, o les fueron cercanos, o recibieron su apoyo material o moral oportuno, o su apropiado consejo. Por tales enseñanzas, mi pesar troca en alegría puesto que mis padres no araron en las nubes, sino que sembraron sobre tierra fértil. Y, ¡No es hora de llorar, sino de cosechar!
Entre las lecciones indelebles que aprendí de mis Padres evoco especialmente la UNIDAD, por cuanto herida o rota ésta se desvanecen personas, hogares, familias y comunidades, mientras que si se fortalece perviven largamente. La Unidad Hombre-Mujer facilita enfocar y proponer soluciones a dificultades de cualquier índole, desde dos visiones diferentes y complementarias que configuran la perspectiva integral para examinarlas y resolverlas, ejercer la participación en condiciones pariguales y tomar determinaciones acertadas. Dos cerebros aunados, el masculino y el femenino, son fuente inagotable de sabiduría y de poder para afrontar y vencer decididamente las vicisitudes de la existencia y forjar un futuro promisorio.
No lloro su partida Padres amadísimos, porque mis lágrimas no los devolverán a la vida, porque mi andar junto a Ustedes me legó grandes enseñanzas, hermosos recuerdos, porque aprendí valores imperecederos como la libertad, la justicia, la lealtad, la prudencia y la equidad, porque trascendieron la muerte con sus pláticas y ejemplos, porque hay un dilatado y oscuro camino por recorrer y es indispensable guiarse con vuestro faro iluminado, porque de Ustedes aprendí a luchar contra toda iniquidad, a construir una sociedad menos desigual, más digna, menos corrompida, en la que un día no lejano podamos convivir en paz y comprender la grandeza de haber nacido humanos.
Madre Querida: ¡Hasta el día de nuestro reencuentro! Para ti, que viviste preocupada por los ideales que profeso, entono un verso del inmortal Martí: “Mírame Madre y por tu amor no llores, / que si esclavo de mi edad y mis doctrinas, / tu noble corazón clavé de espinas, / piensa que nacen entre espinas flores”.