SILVIO E. AVENDAÑO C.
El evangelista Eduardo Galeano describe al dios, que ha pocos días descendió a la inmortalidad y, cuya su tumba se convertirá en lugar sagrado. Es posible que en el futuro haya peregrinaciones, velas, novenas, rogativas, misas y milagros con todos los atributos de los dioses populares, como el de Abraham. Así, dice el texto sagrado, escrito por el uruguayo, en uno de sus versículos: “un dios mujeriego, tragón, borrachín, tramposo, mentiroso, fanfarrón, irresponsable”, admirado por la multitud, causante de broncas, escándalos, drogas, peleas, cárcel, desorden público con policías antidisturbios, gases cebolla y balas de goma. Pero lo esencial, lo maravilloso es que jugó por diversión, nunca jugó por plata, pues cuando entra el dinero, todos se matan por ser estrellas, entonces vienen la envidia el egoísmo y el desconocer al otro.
En la relación entre el jugador y el pueblo se crea al dios de carne, tendones y huesos. Las barras en las gradas del estadio, el hombre que escucha al transistor, quienes se encuentran sentados frente a las imágenes de la pantalla o quienes leen un artículo en un magazín quiebran la prosa de la cotidianidad, y se hace posible la catarsis, porque la dura realidad se diluye ante lo inesperado del juego que, no está sometido al destino de todos los días, ni a las componendas de los políticos. Él es autónomo en el juego. No obedece a los acuerdos por debajo de la mesa, menos a los árbitros tramposos, tampoco a los manejos oscuros de los equipos, ni a la federación ni a la liga mundial.
Lo curioso en el caso de Maradona es que no se quedó encerrado en el tiempo glorioso del juego como sucede con la mayoría de los deportistas que, son estrellas de una época o flores de un día, para después caer en el olvido, de tal modo que, no hay nada más triste que ver a los atletas ancianos que recuerdan, lloran y se emocionan al ver la foto, la imagen o el video del instante prodigioso de un gol imposible, de un momento añorado, ante el soberano olvido. Y vale mirar como el muchacho de abajo, él sin más, se trasmuta en el héroe de la epopeya, en el campo de fútbol, en la vorágine por derrotar al otro equipo, o en la tragedia de perder un partido que las barras estaban seguras que era un triunfo, o en la ironía en un partido que dejó a todos con la boca abierta y desconcertados.
Pero lo extraño del personaje es que su vida no se terminó como la de Jesús a los treinta y tres años, pues no murió, no necesitó de la resurrección, ni tampoco la ascensión al cielo. Además, no fue un ejemplo de virtud, pues nunca pretendió ser santo, ni modelo, para que el rebaño siguiera al maestro. Maradona entró al pecado cuando salió coronado de gloria del estadio. Siguió con todas las cualidades, los defectos, los yerros y, nunca cayó en el olvido como sucede con los políticos que, son de ingrata recordación. Continuó el camino y, fue víctima de su popularidad, a diferencia de muchos que al salir de la vida pública caen en el anonimato y, pronto son desconocidos y, que buscan enredar en la telaraña del olvido todas sus embarradas, culpas y delitos.