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Un grupo de jóvenes profesionales, campesinos e indígenas de este municipio, se propuso fortalecer la actividad turística de su región a partir de la producción campesina impulsando un evento que denominaron Silvia 360. Feria exposición de los sectores productivos.
Su resultado una bonita combinación de reinas, desfiles, danzas, gastronomía, deportes, música, actuando como fondo para adornar la exposición de la producción artesanal, agropecuaria y la cocina local.
Mas con ganas, que con recursos económicos, sus promotores lograron constituir un grupo de activistas incansables, con el propósito de incluir a la población en su totalidad, para lograr se hiciera colectivo el sentimiento de estar todos incluidos en la celebración, permitiéndose así, un buen ejercicio de participación colectiva.
En el encuentro de sus vecindarios, confluyendo resguardos, zonas campesinas, pobladores urbanos y visitantes, con sus saberes, tradiciones y costumbres, en el afán de mostrar cómo se teje una relación íntima entre el trabajo y la vida, el resultado y la fiesta, entre el hombre y la naturaleza, entre la producción local y la expresión democrática de resistencia a los avasalladores ímpetus de la globalización.
La exposición de los ganados, los caballos, los ovejos, y las blancas toldas con sus estantes de duraznos, moras, curabas, uchuvas, al lado de los repollos, las cebollas, los brócolis, los tomates, las lechugas, los quesos y las cuajadas, dulces de leches y de guayabas, tentadoras cremas con fresas, panes de harinas negras y blancas, y los diversos platos de carnes rojas y las ahumadas truchas, todo en la mesa gastronómica, que exhibe las formas, olores y sabores de una hornilla encendida hace muchos años en la vieja cocina de los abuelos.
El universo de los colores, en la matera de los geranios, las rosas, los cartuchos, las orquídeas, las margaritas, amapolas, claveles, pensamientos, zulias, allí contiguas a los verdes con olores de encanto, las yerbabuenas, los limoncillos, las caléndulas, la manzanilla, el ajo, la albahaca, los dientes de león, los poleos y las hiedras, el hinojo, el orégano, la ortiga y la sábila, el romero, todos en ese mundo mítico de los sabores paradisiacos de los hervidos y el brebaje medicinal andino; algunos con motes y menjurjes del mundo precolombino de los Paeces y los Quechuas, mucho antes de que en estas constelaciones de pesadillas y sueños, en medio de los delirios de eternidad y previamente a la generación de los Calambas, Don Juan Tama, trazara el Resguardo de Pitayo.
La presentación de más de cien artistas en la plaza de las celebraciones, con la música de “Aires de mi tierra”, la “Nueva banda musical de Usenda”, la autóctona Kenabelé, “Los Manantiales”, todo en la inspiración del ritmo “Guangaluw” de los Mejía, para dar movimiento a la representación de los mitos, duendes, lloronas, y patasolas, en el deleite de la oscuridad de los fantasmas.
Sonidos y colores en los desfiles de las mujeres con sus atuendos de flores de Usenda, el dulce encanto mágico de las Silvianas, las cuetaderas colgadas de las Nazas, los vestidos azules de las Misak, con los montones de collares de chaquiras blancas y el circular sombrero colgado. Y en la simbólica representación del hombre rural con el cosmos, allí bordado en figuritas de rombos, espirales, soles y lunas que indican la fertilidad de los tiempos, está el diseño ecológico de las siembras, tejido en la memoria de los chumbes, las ruanas y las hamacas.
Todo este mundo fantástico, a la orilla del rio en donde nació la leyenda del pueblo Guambiano, el niño que nace de las aguas, con las montañas de frailejones y de chuscales, cruzado por los presurosos vientos fríos y la llovizna constante de góticas de paramo, crean el escenario propicio para estas celebraciones de la producción agronómica, en un pueblo que abre las puertas porque le gusta la visita de quienes quieren compartir su encanto.
De estas sabidas combinaciones, aparecen también los hervidos de panela con lulos y manzanas, y en las orejonas pailas de cobre al fuego de leñas de maderas biches, en los fogones de tres piedras, se cocinan los changuares, bebidas embriagantes para calentar el estómago en las noches de tiples, guitarras y tamboras.
Después de los días difíciles de la violencia, estas manifestaciones de creatividad y convivencia, permiten avizorar las mejores condiciones para el cultivo de las posibilidades de los pueblos del Cauca, todos llenos de memorias, tradiciones, costumbres, con las cuales, bajo un ambiente de armonía, de justicia y de compromiso, el desarrollo equilibrado y armónico, estará en las cosas simples y sencillas de sus actividades laborales, porque en ellas está la fortaleza de las culturas locales.