Sí, pero no todo así

HÉCTR RIVEROS

@hectorriveross

Con la ilusión de vivir un hecho histórico hay que votar la consulta anticorrupción.

Con la motivación de ser la primera vez. Con la fuerza que produce la indignación. Con la expectativa de que se produzca una verdadera revolución, no porque su aprobación vaya a acabar de un tajo con un mal que parece endémico sino porque se habría producido una inédita y esperanzadora movilización ciudadana. Por esas y varias otras razones voy a votar la consulta anticorrupción.

Sin embargo, solo votaré cinco veces sí y en dos preguntas me abstendré de votar porque no quiero legitimar con mi voto que se abra una puerta que me parece enormemente peligrosa: que por vía de consulta, sin control judicial, se cambie la Constitución.

Así no se aprueban las reformas constitucionales.

La interpretación de que, si se llegan a aprobar las preguntas que implican modificar textos de la Carta, los poderes públicos estarán obligados a adoptar las decisiones para darles validez jurídica deja a merced de mayorías coyunturales los derechos y garantías que precisamente se consagran en la Constitución para que no se puedan cambiar así.

No quiero aguar la fiesta, porque es una verdadera fiesta que por primera vez los ciudadanos, convocados por los mismos ciudadanos contra el querer de los poderes establecidos podamos decidir sobre cualquier cosa, pero más si es para expresarnos en contra de algo que de alguna manera hemos tolerado durante décadas.

Una masiva votación afirmativa en la Consulta sería la derrota de esa especie de aceptación social en medio de la que ha crecido la corrupción y que ha llevado a que parezca normal que los cargos públicos sean para “aprovechar”, para “ayudar” a amigos y familiares.

La corrupción es una práctica socialmente aceptada en Colombia. Muchos conocemos decenas de personas que se han enriquecido con contratos estatales obtenidos después de pagar una “coima” sin que esa conducta sea rechazada por sus más cercanos. Al contrario, ese control social que debería operar en la familia se convierte en tolerancia y admiración: “cómo le está yendo de bien a fulanito” y todos disfrutan sin chistar de la mejor casa, del carro nuevo o del viaje.

Al contrario, el funcionario que no hace favores indebidos recibe el reproche: “ese no ayuda a nadie”, “llegó allá y se le olvida de donde viene”.

Mientras tanto se exculpan poniéndose en condición de víctimas. “La corrupción es de los políticos”, o se trata de una enfermedad –“es un cáncer”-, o es como una especie de fenómeno natural al que no podemos resistir.

El descomunal esfuerzo de Claudia López y Angélica Lozano y de tantos otros que sinceramente las han seguido de conseguir más de cuatro millones de apoyos, de lograr que en el Consejo Electoral no pudieran inventarse un truco para evitar la consulta, de poner al Senado en una situación en la que le resultó imposible no dar concepto favorable, de mover medios y gente para prácticamente sin un peso estemos frente a una manifestación social contra la corrupción es ya un aporte histórico sea cual sea la votación de hoy.

Por las mismas razones que hay mucho por celebrar y agradecer a Claudia y Angélica es que no hay que votar en las preguntas 1 y 7. Planteadas ahí se violan las reglas y es precisamente contra eso que nos vamos a pronunciar mañana, espero masivamente.

Solo si esas preguntas son claramente rechazadas, no votadas NO, sino no marcadas como si no estuvieran ni escritas tendremos la legitimidad que necesitamos para oponernos a que Vivian Morales o Alejandro Ordoñez recojan firmas para tratar de convertir su homofobia en normas constitucionales, o a que otro “Uribe” invoque en el futuro el “Estado de opinión” para intentar perpetuarse en el gobierno.

A Antanas Mockus le he aprendido que parte de la tragedia nacional es la disposición que tenemos a encontrar justificaciones para incumplir las normas. En este caso a muchos de los que admiran al ex alcalde e insólitamente a él mismo les parece que pronunciarse contra la corrupción justifica saltarse al Congreso para reformar la Constitución: “allá nunca van a aprobar bajar su salario o eliminar la reelección indefinida”. Exactamente lo que Mockus ha insistido que no debemos hacer.

Le propongo al profe Antanas que para completar la fiesta de mañana lidere un ejercicio pedagógico de los que a él le gustan: invite profe a que hagamos todos una especie de ejercicio de auto control.

Profe, nos han puesto una tentación con las preguntas 1 y 7. Quisiéramos decir muchas veces Sí, no queremos que los congresistas ganen tanto, no queremos que se queden en sus curules indefinidamente usando casi siempre trucos clientelistas o comprando votos. Nos morimos de ganas de marcar esa casilla, pero no la marquemos por la potente razón de que hacerlo viola las reglas.

¿Qué dice Profe? El argumento de que esas preguntas no deben aprobarse no es solo mío usted seguramente se lo ha leído a su colega profesor Rodrigo Uprimny o se lo ha odio a la decana de derecho de la Universidad de Los Andes la Jurista (así en mayúsculas) Catalina Botero.

Profe, estoy muy tentado a votar Sí en esas preguntas, pero voy a repetirme hasta que llegue a la urna: no debo, no debo, no debo y, como usted me ha enseñado, si logro no caer en la tentación tendré la recompensa del deber cumplido y cuando me lo encuentre, que espero sea pronto, usted me dirá satisfecho: “tú también ayudaste” como lo repetíamos en las épocas de la “ola verde”.

Profe, tenemos un gran examen de cultura ciudadana: vamos a manifestar el rechazo social a la corrupción y no vamos a caer en la trampa de justificar el incumplimiento de las reglas, aunque queramos mucho el resultado.