EDUARDO NATES LÓPEZ
Este es el título de la columna que el gran escritor y columnista de El Tiempo, Mauricio Vargas Linares, publicó el pasado domingo 6 de diciembre, en la que, con mucha precisión, le aplica unas frases que, como un bisturí, cortan el duro cuero de Santos, para descarnar y mostrar a los lectores de qué material está hecho el expresidente, llegar hasta los hígados (si es que los tiene), y entender cómo logró engatusar a los ingenuos, con su reconocida práctica de “cañador de Poker” y convencer a los avispados con el argumento “irrebatible” de la mermelada proveniente del Presupuesto Nacional, comprometiéndolo en un endeudamiento a futuro, que llevará muchos lustros nivelarlo.
Este panorama recibió Duque, a quien le llegó la situación “adornada” ahora nada menos que con el coronavirus, como la cereza del pastel… Antes, se queja poco el presidente Duque, quien gentilmente prefiere recordarle a su antecesor la letra del famoso tango: “…la tristeza de haber sido y el dolor de ya no ser…” Cuando nos refresca a los colombianos la catástrofe social, económica y política que recibió, sus detractores lo critican, como si para atajar semejante debacle estructurada mañosamente por su antecesor, fuera suficiente solo cambiar de huésped en el Palacio de Nariño… Como si el incendio de hoy en Colombia no lo hubiera atizado Santos, sin vergüenza, en pos de su controvertido galardón. Ahora, aparece a criticar al gobierno actual, con pasmoso cinismo, lanzando diatribas envueltas en gasolina, por cierto, nada propias de un Nobel de Paz.
El artículo le enrostra la imposibilidad de pagar los ofrecimientos a los campesinos, las víctimas y los victimarios, con tal de firmar un acuerdo absurdamente desequilibrado; Le recuerda los miles de millones que se robaron en contratos del Fondo de Paz; El crecimiento desmedido de los cultivos de coca, por suspender la fumigación sin un plan B (con las violentas consecuencias que esto produce); Le dice que por ser “niño mimado de los salones bogotanos, Santos se acostumbró a pedir cuentas, pero no a rendirlas”… y le repasa otros pecados capitales a los que les ha sacado el cuerpo olímpicamente: Odebrecht, los falsos positivos, los Ñoños y el Almirante Arango Bacci, casos de los que Santos, ladino, se escurre aparentando no tener nada que ver…
Otros medios, ahora sin mermelada, comenzaron a señalar al orondo expresidente: La renovada revista Semana – ya sin su sobrino Alejandro como director- publicó en la última edición las tres cartas secretas que Néstor Humberto Martínez, Fiscal General de la Nación, le envió al presidente Santos, en octubre de 2017, en las que le advertía que miembros de las Farc seguían delinquiendo después del acuerdo de paz… ¡y de qué forma!… El Fiscal pidió un Consejo de Seguridad para tratar estos asuntos, pero Santos nunca lo convocó. Por otra parte, el conocido escritor y periodista Gustavo Álvarez Gardeazabal, integrante de “La Luciérnaga” por muchos años, le recuerda a Santos algunos movimientos por demás malintencionados, tanto en su ejercicio como MinDefensa como desde el palacio presidencial, en contra del Almirante Arango Bacci, proceso que comenzó a “desentorcharse” y está en camino de generar el resarcimiento del caso, con sus indemnizaciones, claro, pagaderas con recursos de la nación. Al almirante, Santos le cobró un chisme de alcoba con la ayuda de dos genuflexos subalternos, a los que la dupla Montealegre- Perdomo les archivo todo. Pero, como es sabido, entre cielo y tierra no hay nada oculto y hay caras que hablan solas…
Tiene razón Mauricio Vargas en llamar la atención. Debemos censurar la manera desvergonzada en que el “novel Nobel” se desplaza por escenarios nacionales e internacionales, con semejante rabo de paja, después de haber arrastrado al país a esta dolorosa “Paz estable y duradera” que estamos viviendo y que no tenemos con qué pagar, ni en presupuesto y menos en vidas, como lo están facturando a diario las dolorosas masacres, costo en el cual el “Cauca, territorio de paz”, está aportando la peor parte. Parece que a J. M. Santos se le está poniendo “El Cristo de espaldas,” como reza el título de la novela de su pariente lejano Eduardo Caballero Calderón, cuya memoria espero no molestar y me excuso de antemano con el escritor y su familia, si ello ocurriere…