MARCO ANTONIO VALENCIA
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“Salir a florear” es algo que inventé yo y a él, mi amo, le gustó. El cuento es que así como hay gente que sale a hacer avistamiento de aves y a eso le llama “pajarear”, por ahí mismo nosotros, que salimos a la calle a observar flores de jardines y parques, nos inventamos eso de “salir a florear”.
Todo comenzó cuando mi amo se dedicó a tomarles fotos a las flores de los jardines vecinos, mientras yo hacía popó o buscaba la mejor planta para orinar y, sin saber por qué o cómo, esa idea le sedujo tanto que comenzó a hacer una colección. Yo creo que lo anima la misma sensibilidad humana que lo impulsa a tener un perro lindo como yo.
Luego la idea creció y terminamos visitando avenidas y parques. Incluso hemos ido a bosques cercanos solo para florear y disfrutar el privilegio de descubrir y fotografiar una nueva flor que ayer (o en la mañana) no habíamos visto. Ahora tenemos una colección de fotos que compartimos en redes y somos tendencia en Instagram.
Un día le consulté por el nombre de una flor y no supo dar razón. Entonces él, mi amo, le preguntó a su mamá, una señora que resuelve todo fácil porque es de mucha vida y de gran conocimiento. Pero más tarde, cuando el volumen de fotos subió, comenzó a consultar libros y después a indagar en internet. Y ahora, eso que al principio era hacer algo sin ton ni son, se volvió un asunto importante en nuestras vidas. Es tan serio que ya tenemos un archivo digital en el que pasamos horas muy divertidas.
“Salir a florear”, que para algunos es tocar guitarra y para otros es organizar el jardín, para nosotros (mi amo y yo) se convirtió en un motivo que nos impulsa a salir a orinar con gusto.
Tener un jardín es ofrendarse a uno mismo lo más bello y poético de la naturaleza. Es un tema sencillo, personal, íntimo. Las flores o las materas en casa no son simples adornos, son ofrendas a los dioses y a las personas, a los que uno ama. Bueno, eso es lo que yo en mi sabiduría perruna pienso y creo que debe ser.
“Salir a florear” es un rito personal, una ceremonia con la vida. Es descubrirse poeta, sensible y místico sin ser nada de eso. Florear implica aprender a observar, a oler, a caminar. Tomarle fotos a una flor, sin dañarla, es congelar su belleza y su alegría efímera para el eterno recuerdo del intelecto de los ojos del hombre, que saben apreciar los suspiros de un ser superior que hay dentro de la tierra, en la sabia y sabiduría de las plantas. Es algo más allá de la estética. Las flores, como los perros, ofrecen la vida por la felicidad humana y que alguien se dé cuenta de ello, y nos tome una foto, es un toque de inteligencia inesperado, sublime, potente.