ÁLVARO ORLANDO GRIJALBA GÓMEZ
Se silenciaron los pitos y las barras de los estadios y se paralizaron los balones en su girar de un campo al otro, ante la fatal noticia de la noche del pasado lunes, cuando faltando solo cinco minutos, diez y siete kilómetros de vuelo para tomar la pista del Aeropuerto Rionegro de Medellín, se estrelló el avión de la aerolínea Lamia, en el cerro Gordo, ubicado en cercanías de la Unión, en el oriente antioqueño, con setenta y siete personas a bordo, que traía al plantel verde brasileño Chapecoense, para el primer juego de la final de la Copa Suramericana, frente al también verde antioqueño colombiano el Atlético Nacional.
Allí murieron las ilusiones de ese grupo de jóvenes futbolistas que venían alegres y jubilosos pensando en la gloria de esa copa tan deseada, y las de los miles de hinchas puestas en su glorioso equipo, que optimista departía antes de su trágico final, el cual a pasar de ser un equipo sencillo, humilde y chico se estaba convirtiendo en uno de los grandes de Suramérica.
Allí pereció todo ese club que con tanto esfuerzo, apenas hacía tres años, había pasado a las ligas mayores del futbol brasileño y se venía forjando para ser uno de los mejores equipos de las nuevas generaciones del futbol brasileño, con todos sus directivos, su director técnico, un grupo de periodistas que le acompañaba, al igual que pilotos y demás miembros de la tripulación, para un total de 71 víctimas fatales, en este incomprensible instante de encuentro entre la vida y la muerte.
La fragilidad de la vida, queda demostrada en esta inexplicable, absurda y brutal tragedia, que cubre de luto el fútbol universal, y debe servir para que el mundo entero aficionado o no a este deporte, entienda que hay que estar por encima del fragor de un partido o un campeonato, y unir en este mismo sentimiento deportivo a todos quienes militan en barras, colores o divisiones diferentes.
Esta impresionante, desgarradora y dolorosa tragedia que ha sacudido al mundo entero, trajo consigo la desaparición en un segundo de todos los sueños también de una sencilla y pequeña ciudad de 200.000 habitantes Chapecó, que hoy llora inconsolable, se halla estremecida y herida de muerte en lo más profundo de su alma, al perder a todo su glorioso conjunto Chapecoense, el que vio nacer de la nada hace 43 años y seguía con fe e infinita pasión, pues era el orgullo y la gloria deportiva de su pueblo.
No nos cabe duda alguna que estas tragedias, obligan a resurgir de entre el dolor y las lágrimas, por el amor hacia quienes se marcharon, y las semillas que quedaron sembradas en el cerro antioqueño escenario lúgubre de la desventura, y los tres futbolistas Chapecoenses que milagrosamente se salvaron, florecerán como ejemplo para las nuevas generaciones que les han venido siguiendo, y ellos alzaran de la tierra y los destrozos del Lamia, las banderas verdes de su equipo para seguir buscando la gloria que ellos ya encontraron en el cielo de Dios.
Esta pesadilla de la cual aún no despertamos, ha demostrado la grandeza del pueblo antioqueño y colombiano, que con todas sus autoridades y ciudadanos voluntarios, afrontaron con inmediata rapidez este luctuoso y desgarrador acontecimiento, logrando rescatar con vida a los tres futbolistas, dos miembros de la tripulación, un colega periodista y los 71 cadáveres de los otros ocupantes de ese fatídico vuelo siniestrado.
El bello y laudable gesto de Atlético Nacional de proponer que el título de campeones le sea entregado en forma póstuma al equipo brasileño, unido al impresionante y emotivo homenaje rendido en el estadio Atanasio Girardot el pasado miércoles a la memoria del equipo desaparecido, a la hora en que debería disputarse el partido por la copa, con un estadio atiborrado de una ejemplar afición futbolera, ha sido la máxima demostración de cariño y solidaridad del pueblo colombiano frente al pueblo brasileño.
Un réquiem gregoriano en homenaje a los gloriosos Chapecoenses, que viajaron al encuentro del Dios del Universo, y sobre sus tumbas los claveles y las rosas rojas del amor y el afecto de todos. Paz a sus almas.