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MARCEL LHERMITTE
Hace algunos años una amiga mexicana me regaló un libro que siempre recomiendo: Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista, del antropólogo Miguel León Portilla. En el texto el autor compila una serie de relatos históricos de la época de la conquista de México, pero con una característica sobresaliente: narrada desde la perspectiva de los pueblos autóctonos.
Se trata no solo de la otra mirada, sino que prácticamente de otra historia, diferente, es ni más ni menos que la versión de los derrotados, relatada en primera persona, con sus sufrimientos, sus penas, dolores y humillaciones padecidas.
Vivimos en un mundo en el que acostumbramos a conocer la historia escrita de puño y letra de los vencedores y ahí no hay lugar para la visión de los vencidos. Nos entregan un relato en donde siempre hay un comienzo, un nudo o problema y un desenlace, todo esto aderezado con el protagonismo estelar de un héroe que marca una época e incluso a una sociedad entera.
Pero la historia se juega en el presente, es hoy y ahora, en este mismo instante, en que están en disputa los relatos que se plasmarán como veraces en los textos del futuro. Se trata, por lo general, de visiones antagónicas que compiten por instalarse e incidir en forma inmediata en la opinión pública, para así comenzar a prevalecer e incluso someter.
Estas visiones de los presuntos nóveles vencedores encuentra a veces a sus cómplices en analistas políticos de ocasión, que son los encargados de brindar la base científica y de formalizar la verosimilitud del relato; y de algunos medios de comunicación serviles al poder que cumplen con el rol certificar la autenticidad de la narrativa.
También tienen su papel las encuestadoras y el uso de la información de los datos de investigación que surge de las mismas, con algunos pseudoprofesionales que dictaminan victorias o derrotas con gran antelación, sin tener conocimiento además de los objetivos políticos de los partidos y candidatos.
Las investigaciones de opinión pública son un material sumamente valioso cuando se lo trabaja profesionalmente, pero no dejan de ser una foto de un momento y lugar determinado, con márgenes de error y metodologías que no siempre son las más apropiadas. No se trata de la verdad revelada, pero forman opinión y pueden generar un efecto arrastre (o bandwagon) con aquellos electores que deciden su voto subiéndose al carro ganador.
El discurso predominante además tiene un rol decisivo en las campañas electorales. Es determinante no solo multiplicando o mellando el ánimo ciudadano y de la masa militante, sino que también juega un papel fundamental en la planificación estratégica y en el plan general de una campaña.
Alertados de esta situación adversa los colectivos políticos tienen que tener en cuenta que todo se puede revertir, no solo los datos circunstanciales que arrojan las encuestas en momentos puntuales, sino también –y fundamentalmente– el relato de una campaña que puede aparentar estar vacío o carente de contenido sustancioso, pero para ello es necesario antes que nada reconocer la existencia del problema y posteriormente trabajar en una planificación estratégica a medida y en forma profesional.
Sin relato no hay campaña, no hay épica, ni héroe. Sin relato no habrá candidato exitoso. Sin planificación estratégica que contemple la multiplicidad de variables comunicacionales y políticas estaremos más lejos de una campaña triunfal. Si no contamos con estas dos variables seguramente en el futuro alguien podrá recopilar nuestra visión de los vencidos de campaña electoral.
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