EDUARDO NATES LÓPEZ
No podría dejar pasar la desaparición del destacado político colombiano Horacio Serpa Uribe, sin mi reconocimiento a la actitud gallarda, franca y leal que siempre tuvo. Así lo han hecho sus amigos y muchos de sus contradictores. Por supuesto, dadas las características del personaje y su dilatada vida pública, también habrá quien denigre de manera desleal, aprovechando su muerte.
Tendré siempre un grato recuerdo de Horacio Serpa, por razones personales, al haber estado cerca de él, desde 1994, cuando ingresé a la Corporación Nasa Kiwe, como Asesor y luego como Director General -en 1996- en la difícil tarea de reemplazar al gran humanista y amigo Gustavo Wilches Chaux.
Recordemos que la tragedia del Río Páez, a raíz de la erupción del volcán Nevado Wila, ocurrió el 6 de junio de 1994, finalizando el gobierno de Gaviria, quien nombró a Gustavo como Director de la Corporación creada para atender esa emergencia humana y material, de proporciones inmedibles. Al asumir la presidencia Ernesto Samper, el 7 de agosto, le correspondió a Horacio Serpa, Ministro del Interior, presidir el Consejo Directivo de Nasa Kiwe. Desde ese momento tomó un rol protagónico en el proceso de rehabilitación de la zona afectada en Cauca y Huila. Al retirarse Wilches -julio de 1996- por sugerencia suya al ministro Serpa, este evaluó la inconveniencia de un nombramiento político en la dirección de la entidad. En ese momento estaba a la arrebatiña la burocracia nacional, a causa del “Proceso 8.000”. Pero Serpa tuvo la fuerza para impedir que ese cargo entrara en la “bolsa de las negociaciones” y, a pesar de las ávidas presiones de los Padres de la Patria locales, se sostuvo en la decisión de dar continuidad a los planes diseñados en 1994 y procedió a nombrarme en la dirección de la Corporación.
Nunca faltó a los Consejos Directivos de la entidad, ni delegó a nadie, para estar enterado personalmente del desarrollo de los procesos. Desde la víspera recomendaba no olvidarnos del “plato de empanaditas de pipián con salpicón y la caja de aplanchados para Rosita”… Caminaba feliz por las calles de Popayán y se solazaba con el clima… Sabía los nombres de los pueblos, de los ríos, conocía a los líderes indígenas y campesinos y los llamaba por su nombre, y recordaba los más pequeños detalles, con una memoria prodigiosa. Como a cualquier directivo de provincia, me tocaba visitar semanalmente Planeación Nacional y el Ministerio de Hacienda, para impulsar proyectos y acelerar desembolsos y en muchas ocasiones, personalmente me acompañó a esos despachos, esgrimiendo el argumento: “…no se me pueden demorar con las solicitudes de mí Corporación…” Así, los asuntos fluían con prelación y pudo desarrollarse una gestión que fue reconocida. Con igual generosidad apoyó el proyecto de “Ley Páez” promovido por su amigo Aurelio Iragorri, el cual, aunque involucraba recursos de impuestos -tema propio del Ministerio de Hacienda- apadrinó con gran interés, en el Congreso. Son estos un par de hechos tangibles de enorme beneficio para el Cauca.
Reconforta saber que alcanzó a ver limpio su nombre de las acusaciones infames de su vinculación con la muerte de Álvaro Gómez Hurtado, su amigo y compañero en la Asamblea Nacional Constituyente de 1991. Quienes conocimos su personalidad y su actuar frentero, sabíamos que era una persona incapaz de un hecho de esa calaña.
Serpa es uno de los que, como escribió Guillermo Alberto González Mosquera, “se asomó al poder presidencial” pero la tal segunda vuelta presidencial se incrusto en la Constitución (¡vaya paradoja! con el voto de Serpa) para que los derrotados en la primera puedan amasar una junta de odios y derrotar a quien les gano. Por esa vía se le cerró la legítima opción presidencial a Serpa y padecimos la mediocre de Andrés Pastrana y la de Santos, derrotado por Zuluaga en la primera vuelta y elegido en la segunda por Petro, las Farc y el resto de la izquierda (para quienes gobernó con gran prodigalidad…)
Fue muy agradable el último encuentro que tuve con Serpa, en casa de Guillermo Alberto, donde tuvimos una nueva oportunidad de repasar historia, anécdotas y hechos que, con esa simpatía y sencillez, típicas de ese gran santandereano, guardaré siempre con especial deferencia en mi memoria. ¡Paz en su tumba!