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ANA MARIA RUIZ PEREA
@anaruizpe
De no haber sido por las marchas monumentales de los estudiantes por todo el país, la sombra gris de las malas noticias habría arrasado con cualquier asomo de optimismo. El fallo de la Corte Constitucional que deja sin piso jurídico las Consultas Populares lo recibí como en un duelo, solo un par de horas después de que un Tribunal decidiera darle vía legal a la intervención de Peñalosa a la Reserva Van Der Hammen. En la repartija de la bolsa diplomática, Duque manda unos impresentables a representarnos ante el mundo. Bolsonaro y el fascismo se acercan al poder en esa enorme isla vecina llamada Brasil, y en Estados Unidos el juez Kavanaugh llega a la Corte Suprema para imprimirle un sello retrógrado a la justicia. Y suma y sigue. Un bárbaro como Duterte en Filipinas reconoce las desapariciones forzosas, y el mundo calla. Y así, aquí y allá.
Es como si un gran manotazo antiderechos estuviera causando estragos en el planeta, y hay poco de lo qué agarrarse para no pensar que quienes hemos creído en la democracia y en los derechos hemos perdido el tiempo todos estos años. Toda la vida. Pero cuando parece que la esperanza se pierde, siempre aparecen los estudiantes.
Los estudiantes que se atrevieron a criticar el gobierno de Rojas Pinilla, y que fueron asesinados en número indeterminado en los insucesos de la Plaza de Toros en 1956, no dejaron de salir a marchar hasta que cambió el régimen, y su papel fue decisivo para la legitimación de ese cambio. Hubo disturbios en cualquier calle de cualquier ciudad del país donde unos estudiantes decidieran enfrentar al régimen populista, corrupto y espurio del General.
Enmarcado en la Guerra Fría y la guerra de guerrillas, el movimiento estudiantil de los 70 salió a la calle a reivindicar la autonomía universitaria, y en la incandescencia de los grupos de estudio, los debates y las manifestaciones que siempre, siempre, siempre terminaban en tropel con la Policía, se formaron líderes políticos que marcaron una generación aguerrida y progresista. Varios de estos líderes terminaron armados en el monte pero muchos, muchos otros, han aportado a la sociedad desde sus profesiones y con su liderazgo. Los movimientos estudiantiles son, por la esencia de quienes los forman, efímeros; el estudiante da paso al profesional y la urgencia de los días convierte al líder estudiantil en adulto con responsabilidades. Pero en el alma de quienes hacen parte de un movimiento estudiantil queda impreso como un sello un gran respeto por la política, en el mejor de sus sentidos.
Como los estudiantes de la Séptima Papeleta en el 90, un movimiento estudiantil que integraba a las universidades públicas y privadas en la exigencia de un cambio de marco constitucional que ampliara la democracia atrofiada que recibíamos del Frente Nacional. Pluralismo político e inclusión social era la consigna: “La vamos a hacer, con toda la gente, Asamblea Nacional Constituyente”. Y la Constituyente se eligió, y la Constitución se escribió. ¿Dónde quedó el movimiento estudiantil? Preguntan algunos. Cumplió su papel, en su momento, eso es un Movimiento Estudiantil. Yo participé activamente en este movimiento, y sé que formar parte de esa acción política colectiva me formó el carácter.
Vinieron los años de recrudecimiento de la guerra. En la rudeza de esa época la voz de los estudiantes se silenció, y su fuerza quedó reducida a los capuchos, las molotov y los disturbios cada tanto. Estudiantes igual Esmad. La apuesta de los estudiantes para proponer caminos a la sociedad reaparecieron con la MANE, que en 2011 convocó a protestar en contra de la Reforma a la Educación Superior del gobierno Santos. Profesores, organizaciones sociales, sindicatos, y un grupo de estudiantes bien preparados para el debate, defendieron la educación pública en las redes sociales y los medios, y ganaron el pulso. La infame reforma se cayó.
Y ahora que el gobierno Duque destina para Defensa los recursos que le debe a las Universidades Públicas en años de recortes y apretadas de cinturón, son de nuevo los estudiantes los que mueven la indignación y la sacan a las calles, y marchan profesores y rectores, y en Popayán los estudiantes se dan la mano con los del Esmad después de una marcha colorida y multitudinaria. Y decretan Paro de 10 días, porque el problema no se arregla con las chichiguas mediáticas que Carrasquilla “cede”. Y ahí vamos.
Yo estoy con los estudiantes, el actor político más sensato en estos tiempos aciagos.
P.S. De repente, Caracol Radio decidió prescindir de Diana Uribe, quien nos contó La Historia del Mundo por esa emisora, domingo a domingo, desde hace 18 años. A lo mejor es ganancia, ahora podemos escucharla a ella en la web y borrar a Caracol del dial sin remordimiento.
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