Qué decir

Ana María Ruiz Perea

@anaruizpe

Yuliana no juega más, no hará el segundo de primaria, ni habrá más besos de buenas noches a su mamá y a su papá. Colombia entera sabe por qué y nos hemos crispado, adolorido y enfurecido como pocas veces sucede, condenados como parecemos estar a la inercia de la muerte violenta y de la violación perpetua.

 

Cada quien expresa una razón más abominable que la del otro para constatar que no está solo en su desconcierto, en su dolor y sobre todo, en su ira. A Uribe lo quieren picar, quemar, asesinar, castrar, podrir; entiendo perfectamente el tamaño de la punzada de dolor que nos revienta por dentro esta historia, es natural porque todo lo inadmisible para los dioses, los hombres y las leyes, sucedió en las 12 horas que transcurrieron entre las 9 de la mañana y las 9 de la noche del domingo 4 de diciembre.

 

Pero la ira es consejera del deseo de venganza, no de justicia y menos, de solidaridad. Quienes sienten la necesidad de acabar con el victimario podrían darle un giro a su mirada del asunto y escandalizarse al poner sus ojos y su corazón en las 21 niñas entre los 10 y 14 años que son abusadas sexualmente cada día, ¡cada día! según el Fondo de Población de Naciones Unidas. Con corte a 31 de octubre de 2016, Medicina Legal había recibido 18 mil casos de abuso sexual contra menores de edad. Y en estas cifras espeluznantes faltan, bien sabemos, los miles de abusos sexuales que no se reportan, entre otras, porque las víctimas todavía no saben hablar, o hablan y no saben cómo decirlo, o temen hacerlo porque están bajo amenaza o chantaje.

 

Es una pandemia. Desde el punto de vista de la salud, significa la obligación de brindar atención médica y sicológica a estos miles de niños y niñas y a sus familias; pero también supone el reto enorme de abordar la salud mental en Colombia como un tema de atención urgente y priorizada. Que los Raficos, Garavitos y los de su calaña además asesinen a sus víctimas los hace peores delincuentes, objeto de castigos penales más severos; pero para la condición de absoluta indefensión en la que se encuentra un niño o una niña sometido a abuso, que le maten casi sería un plus ante la violenta circunstancia que vive.

 

En ínfima proporción los abusos a menores son cometidos por desconocidos. Los predadores están a su lado, en su casa, en el colegio. Lo que las cifras muestran es la evidencia de que somos una sociedad enferma que reproduce familias disfuncionales conformadas por sujetos depravados y violentos.

 

En el último año más de 2.500 niños y niñas entre los 0 y 4 años tuvieron un dictamen positivo de Medicina Legal por abuso sexual. ¿Cuántos casos más no se conocerán nunca? Por supuesto que hay que atacar los comportamientos de los predadores, pero cuando ya las criaturas tienen posibilidad de discernir es indispensable activarles todos los mecanismos de autocuidado que ayuden a prevenir un ataque. Por supuesto que la justicia tiene que actuar, pero también hay que educar a las crías para que sean seres humanos conscientes, libres y responsables en la edad adulta.

 

Seamos conscientes de las taras de la educación, para ver si dejando de reproducirlas forjamos una sociedad más sana. No se llama pirulí, se llama pene. Y lo de las niñas no es una cuca ni una panocha, se llama vagina. Enseñemos a los niños y niñas a repetir como un mantra Mi cuerpo es mío Yo lo cuido Yo decido. La educación sexual con enfoque de género no es la distorsión que de ella han hecho unos creyentes fanáticos del oscurantismo; es una necesidad social. Educar en los derechos sexuales no es ninguna afrenta a nada distinto que a la pacatería enfermiza que distorsiona la verdad tras supuestos valores que disfrazados de ingenuidad son altamente peligrosos. La educación sexual es una herramienta urgente si es que vamos a construir una mejor sociedad. La Ministra de Educación tendrá que pensárselo dos veces para hacer de lado este tema, como dijo cuando se posesionó. Si hay un asunto relevante en la agenda hoy, es éste.

 

Que Uribe reciba el más alto castigo que impone la justicia y sus cómplices también, claro está. Pero no hay cadena perpetua que sirva para frenar esta pandemia si seguimos engavetando la infamia cotidiana, y reproduciendo el esquema que deja a miles de potenciales víctimas inermes ante los predadores, machos a los que la sociedad educa orgullosos de serlo. Seamos sensatos desde la casa y enseñémosle a los hijos y las hijas el respeto y la igualdad, a ver si entre tanto el Estado se sacude de las cucarachas moralistas que nos condenan a la oscuridad.