MARCO ANTONIO VALENCIA CALLE
Una cena en un restaurante promedio, nada elegante, cuatro comensales. La primera pareja la forman un abogado y su esposa dueña de un gimnasio; la segunda, un músico y su cónyuge que trabaja en alguna cosa muy importante y gana lo suficiente para darse el gusto de ir a un restaurante una vez al mes con sus amigos.
El primer tema fue el perrito de la pareja número uno, pues en la tarde lo llevaron al veterinario para control de triglicéridos. La esposa del músico comenta que no volverá a tener perros porque todavía no supera la muerte de Chidis, ocurrida hace un año. Rozando la mano de su esposo le recuerda que el próximo domingo deben ir al cementerio a visitarlo, como lo hacen todos los meses, para llevarle flores y serenata.
El abogado dice que está buscando peluquero nuevo, que le gusta ir a cortarse el cabello cada mes, pero ya no volverá a donde siempre porque la otra tarde le enviaron un adolescente venezolano y no le gustó la experiencia. Argumenta que se sintió incómodo, que no sabe qué pasó; sin embargo, no se siente seguro en manos de un extranjero. La esposa del músico, entonces, le ofrece el suyo: un estilista bastante amanerado y carero, pero perfeccionista y bueno. Le promete que le enviará el número de teléfono más tarde porque con Gay siempre hay que sacar cita.
El músico no sabe qué pedir. Manifiesta que tiene antojo de pollo frito, mas no aparece en la carta. Su mujer, en cambio, comenta que debería comerse una ensalada con pollo, que le sentaría mejor, que ya tiene barriga de camionero. El músico abre los ojos y la observa ofendido. Luego mira a la otra pareja, no se sabe si para pedir ayuda o para percatarse de cómo lo ven. Al final, torciendo la cara, asiente con un gesto extraño que bueno, que sí.
La esposa del abogado quiere salvar la incómoda situación y le propone a su consorte pedir también ensaladas de pollo. Indica que para la noche es mejor comer liviano. El hombre, que había pensado en pedir chuletas de cerdo en salsa barbacoa, cierra los ojos en fracción de segundos, parpadea, los abre de nuevo, gira la cabeza un poco hacia su compañera y responde:
—Bueno, claro, es lo mejor.
Las mujeres, también en instantes fugaces, cruzan miradas y microsonrisas perceptibles solo en las comisuras.
El mesero (venezolano) sirve cuatro ensaladas con pechuga de pollo en cuadritos y alguna salsa agradable. Las acompaña con cuatro vasos de agua. La factura de pago sale cara. Todos mastican en silencio, muy decentes, con un uso correcto de tenedor y cuchillo, sin producir ruido al masticar ni estrellar los cubiertos contra los platos.
De pronto, la mujer del abogado toma agua, entrecierra los ojos y mirando fijo a la pareja que tiene enfrente pregunta:
—Y ustedes, ¿por quién van a votar?