HAROLD MOSQUERA RIVAS
Durante el partido de fútbol que disputaron Santa Fe y Atlético Nacional, en los que representaba el regreso de los hinchas a los estadios, luego de año y medio de ausencia, por cuenta de la pandemia, se presentó una batalla campal, iniciada por hinchas del Nacional, en la que imperó la violencia como único instrumento para resolver las diferencias.
Un joven de 26 años de edad, que había llevado a su pequeño hijo a ver el partido, fue agredido a puños y patadas, traumas que lesionaron su integridad física y la mental de su niño, a quien resultará difícil borrar de su infantil mente esas dolorosas imágenes en las que sentía con impotencia que mataban a su progenitor.
Frente a estos hechos, que nada tienen que ver con la política, vale la pena preguntarnos, que está pasando con nuestra sociedad, por qué los colombianos queremos resolver todo a través de la violencia. Esa imagen que estamos vendiendo al mundo, sin lugar a dudas que afecta a todos los connacionales que residen en otros países, pues de inmediato son estigmatizados, como sucedió con los hechos ocurridos en Haití, de forma tal que a muchos ya les da miedo salir del país, así sea solo a pasear, pues el trato que recibiremos en cualquier lugar del mundo, desde el trámite de inmigración, nos hará sentir el peso de haber nacido en un país caracterizado por el menosprecio por la vida y los demás derechos humanos.
Es impresionante ver al Presidente de la República levantando la voz ante las autoridades de Haití para solicitar el respeto de los derechos fundamentales de los colombianos privados de la libertad como presuntos responsables del magnicidio, sin que, con la misma vehemencia se dirija a los altos mandos militares y de Policía, al menos para reflexionar sobre la ética con la cual estamos formando a quienes detentan el monopolio de las armas y luego de 20 años de servicios, son pensionados por el Estado, para poner sus conocimientos y destrezas al servicios del mejor postor, sin importar que se trate de causas ilícitas. Tantas personas en actitud homicida frente a situaciones que deberían resolverse con palabras respetuosas o discusiones pacíficas, obligan a revisarnos como sociedad.
A pesar de ser hincha del Deportivo Cali, hace más de 30 años que renuncié a lucir una camiseta del equipo amado, así mismo, decidí no volver a un estadio de fútbol, después de ver a tantos jóvenes perder la vida, por el único delito de portar una camiseta del equipo de sus afectos. Solo espero que, vengan tiempos mejores en los que los niños puedan regresar a los estadios sin peligro alguno, como cuando en el Estadio Pascual Guerrero de Cali, existía una tribuna denominada Gorriones, a la que los niños pobres ingresábamos sin pagar la entrada y disfrutábamos de los partidos en ámbito de fiesta y camaradería, sin que se le ocurriera a alguien atacar a otra persona por no compartir el mismo color. Qué buenos tiempos aquellos.