Por donde miremos: todo se privatiza

MARCO ANTONIO VALENCIA CALLE

@valenciacalle

Llego a la terminal de Popayán en la madrugada, con frío y un poco de hambre. Hay que esperar una hora para continuar el viaje a otra ciudad, pero no hay una banca, ni una silla, el terminal de Popayán es un gran salón vacío para nada hospitalario, para nada amable. Toca entonces dejar las maletas en el piso, a meced de bacterias, polvo, mugre. A pocos metros una familia con un niño de brazos y una señora con muletas, cansados todos, deben tirarse al piso a esperar, como perros. Pregunto por ahí, por qué no hay asientos y me dicen, con miedo, como por debajo de la mesa, que le pregunte al gerente. Alguien me explica que las sillas y la televisión están adentro, en la sala de abordaje, a la que tienen derecho los que han pagado un pasaje, nada más.

Voy al baño, necesito orinar y me piden ochocientos pesos. Digo que solo voy a orinar, y la respuesta es que debo pagar ochocientos pesos, que si no me gusta, que me queje con el gerente. Pago y entro a unos baños con olores vergonzantes, y perfumado con límpido para esconder el mugre, un olor tan fuerte que me hace doler la cabeza. ¡Los baños en una terminal de transportes, deberían ser un servicio gratis! Lo son en los aeropuertos y centros comerciales.

Amanece, compro un tinto, pero ¡oh, por Dios!, no hay cosa más horrible que tomarse un café de pie, sin una silla. Ni la vendedora de tintos tiene butacas alrededor de su tienda. Que feo, que feo. Un chofer de bus me dice susurrando y tapándose la boca “el gerente… el gerente no dejó colocar butacas. Es un hombre muy inteligente que sabe ahorrar”.

Afuera llovizna. Hay un puente peatonal que atraviesa la Panamericana y le permite a la gente salir del terminal y atravesar la calle sin peligro. Descubro con extrañeza que el piso del puente esta hecho en madera. Un piso que no tiene cubierta y vive casi mojado por la lluvia, está literalmente pudriéndose. La madera no dura mucho, puede que sea muy bonita, pero deberá ser cambiada en poco tiempo y me pregunto de quién será el contrato, que cada seis meses, en esta ciudad de lluvias expresas, se verá “obligado” a cambiar los pisos, y pasado pocos meses, otra vez, y así, hasta la eternidad, (¿hasta que los hijos del contratista salgan de la universidad?). Sí, así es como se desprestigian los gobiernos y los arquitectos y las empresas, con chambonadas en las obras, o con contratos privados y groseros como éste.

Al frente de la Terminal, pasando el “sospechoso puente de ser objeto de contratos sucesivos”, hay una plaza de mercado privada. La recorro, todo está bien ubicado, en buenos guacales, la comida bien exhibida, los pisos secos limpios. Bien vigilado, con buenos refrigeradores, con la gente usando guantes y tapabocas para manipular alimentos. Con precios que van de acuerdo a su peso, tal vez un poco más caro que en alguna plaza de mercado de Popayán, donde las cosas están tiradas en el piso, rozando con el lodo, entre malos olores, moscas, microbios y suciedad y la gente no usa ni tapabocas ni guantes. Plazas de Mercados donde con algo de buena administración, mejor sentido común y más aseo, podrían competir con las plazas de mercado privadas que van en auge por su aseo, seguridad y precios.

Privatizar es bueno, pero con humanidad, sin desmejorar la calidad de vida de los usuarios, de la gente. Sin abusar de los precios, sin contratos vergonzantes.