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HERNÁN BONILLA HERRERA
¿Quién dijo que “en este pueblo no pasa nada”? No lo sé, pero –si de Popayán se tratase– habría que decir que sí, hubo un tiempo en el que “casi” no pasaba nada. Y aunque todo lo acontecido en el presente es, de inmediato, un registro del pasado, lo que viene sucediendo desde apenas seis semanas atrás permite afirmar que la lapidaria frase se ha deteriorado, de modo que es cierta en tiempo pasado: en este pueblo no pasaba nada. Como si comenzara a producirse un terremoto que sacude las placas mentales en las que descansa las adormilada conciencia de sus habitantes, hay, aquí, sucesos que demuestran que “algo raro está pasando”. El lugar de confort en el que transcurrían nuestras vidas ha sido asaltado, como resultado de la puesta en escena de cuatro eventos, que nadie –ninguno de sus habitantes– tiene por qué, ni cómo, dejar pasar bajo el amparo de lo inadvertido, pues son evidentes. Así que la pretensión de esta nota no es diferente a la de señalarlos como conjunto, cual si los dioses o los astros se hubiesen puesto de acuerdo para que en tan corto tiempo se realizara y transcurriera todo lo que se realizó y transcurrió.
No puedo olvidar al escribir que “todo es según el color del cristal con que se mira”, así que señalaré solamente las virtudes destacables que, en mi parecer, se deben resaltar de cada uno de estos cuatro eventos; cada uno de ellos tendrá sus manchas que, como humanos que son sus organizadores y protagonistas, no lograron ensombrecer su desarrollo y no soy quien para señalarlas; pero los miro, sin excusa y sin duda algunas, desde el color que mi cristal me permite mirar, y nada más. En aras de respetar el orden cronológico de su aparición, los mencionaré comenzando por el más antiguo hasta el más reciente, así:
Uno: hacia el 20 de octubre aparece en las calles lo que llamaré el “Movimiento Estudiantil y Universitario”; sus protagonistas: docentes, estudiantes y administrativos de la Universidad del Cauca. En particular los estudiantes han dejado su huella casi permanente en las paredes de la blanca ciudad: además de embellecer con bombas de pintura las fachadas de la Alcaldía y de la Gobernación, en la pared de ladrillo que se levanta en la esquina de lo que anteriormente se llamó “La Herrería” (calle 2ª, carrera 5ª) han colocado un mural, artísticamente elaborado, concebido y terminado, cuyo contenido visual es una clara alegoría a la estatua que está sobre el Morro de Tulcan, con sus soberbios caballo y jinete (figuras retorcidas y monstruosas, hechas de desmembradas partes de seres humanos). El jinete lleva en una de sus manos, bien en alto, lo que queda como trofeo después de decapitar a un ser humano: su cabeza. Estos dos hechos, bastan para sustentar que aquí está pasando algo; para no mencionar el movimiento que por su justeza, amplitud y duración, ha despertado oleadas de solidaridad entre la ciudadanía (también oleadas de rechazo, sin duda). El escenario: la ciudad.
Dos: entre el 26 de octubre y el 5 de noviembre: “Popayán, Ciudad Libro”. Sus organizadores: la Universidad del Cauca y en ella la Vicerrectoría de Cultura y Bienestar, las Vicerrectorías Académica y Administrativa, una Rectoría que acogió la idea y la facilitó y un hombre que se puso en la tarea quijotesca de volcar sobre sus hombros la programación y demás detalles que ello implicó: Felipe García Quintero. Un evento por todo lo alto, que posiciona a Popayán en un lugar de importancia cultural para el mundo. Por allí pasaron decenas de libros y otras tantas de escritores y presentadores; sería grosero mencionar a algunos en favor del silencio de otros.
Tres: entre el 29 de octubre y el 6 de noviembre: “9° Festival de Cine Corto”. Nueve años hace ya que la Fundación Universitaria de Popayán se empeñó en apoyar a otro Quijote, pero del cine: Alex López. Hoy el Festival es una institución, respaldada en el tiempo y en la calidad de las muestras documental y argumental que siempre nos trae con motivo de su celebración, además de los eventos académicos que permiten a quienes son cineastas en formación, enriquecer y actualizar sus conocimientos y dialogar sobre las perspectivas actuales del séptimo arte. El escenario: el teatro Guillermo Valencia, algunos barrios y la noche en la Torre del Reloj.
Cuatro: entre el viernes 23 y el domingo 25 de noviembre: “Minga del arte indígena. Culturas en comunicación”. En el escenario del parque de Caldas, con tarima, modernas carpas y buen sonido, los pueblos nativos del Cauca mostraron buena parte de sus riquezas culturales, expresadas no solamente en alimentos, bebidas, canto, danza, música, poesía y tradición oral, sino también en las artes pictóricas: sobre cuatro paneles construyeron un mural, en el que se plasmó el espíritu y la creatividad de las gentes de los territorios indígenas: desde los la cordillera andina, hasta la costa pacífica caucana. La organización estuvo a cargo del Consejo Regional Indígena (Cric) y sus protagonistas: 10 pueblos indígenas del Cauca, 3 de Nariño, Chocó y Caldas.
Esto ha acontecido en Popayán, no en Cafarnaúm, ni en Nueva York, ni en París, ni en Caracas. “Algo raro está pasando aquí”, así lo veo, me asombro y me alegra que así sea.
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