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FERNEY SILVA IDROBO
Al caminar por las calles, destruía todo lo que encontraba a su paso, otros más pequeños lo seguían, esperando que durante el trayecto algo dejara, así, sin esfuerzo poder recibir migajas.
Algunos cargaban huéspedes, parásitos que se incubaban y alimentaban de su sangre, estos se beneficiaban a cambio de salir a defenderlo ante la menor amenaza.
Sus pasos se escuchaban hasta cinco cuadras a la redonda, sus 4 metros de altura y casi 10 de largo no pasaban desapercibidos. Desde la cafetería donde estábamos se lograban escuchar el crujir de la tierra ante sus pisadas; unos lo miraban con temor, otros con odio y algunos pocos con respeto, estos últimos los menos informados.
Eran carnívoros y feroces, tenían grandes patas traseras, una cola larga y pesada, a pesar de ser tan crueles, aparentaban tener manos pequeñas. Si bien, la mayoría de sus restos fueron encontrados en otros continentes, era inocultable que estaban aquí.
La gente lo considera el rey de los depredadores, vivieron en el cretácico, hace más de 66 millones de años, habían desarrollado una gran mandíbula con enormes músculos que eran capaces de romper el acero, su cerebro era el doble de los demás, lo cual había desarrollado con el tiempo, lo convirtieron en excelente cazador, astuto para el engaño y el acecho.
Al pasar por la iglesia, muchos al verle se persignaron, algunos salieron veloces para sus casas, otros con el obispo se encerraron a orar, a suplicar el milagro; unos pocos corrieron a la plaza a enfrentarlo y evitar que llegara al edificio de gobierno. Si bien, eran diez veces más en número que ese terrible depredador, sus músculos y mandíbulas, además de su tamaño, infundían temor y desesperanza.
Más llenos de valor que de optimismo, se colocaron al frente del carnívoro, era como David y Goliat, pero el primero sin honda ni piedra; la suerte parecía echada, la lluvia empezaba a caer y a entrelazarse con los rayos del sol que tímido sorteaba las pocas nubes que cubrían el parque, los árboles y las palomas.
Estábamos a punto de contemplar el enfrentamiento de 7 toneladas de peso contra 10 costales de huesos, que sumados con zapatos y calzoncillos no superaban los 500 kilos, solo se les veía el espinazo, los ojos del hambre y la cara de abandono. Lo único que tenían era valor, pero de eso también les empezaba a quedar poco.
De repente se escucha un estruendo, tan áspero como el grito del fin del mundo, el volcán expulsa colores, esperanza, se resiste a aceptar que la suerte está escrita desde antes; sus nubes de sulfuro y la lluvia de rocas golpean al fuerte, los varones colocan heroísmo en sus morrales y arrecian aprovechando el momento. El Tyrannosaurus Rex se precipita sobre las piedras del jardín, retumbando los edificios aledaños… vienen muchos más.
El sudor recorrió mi frente, al sentarme de un salto en la orilla de la cama, entendí que algunos dinosaurios vienen a tragarse el presupuesto y alimentarse de los ciudadanos.
Los reptiles extinguidos habitaron la tierra desde hace más de 230 millones de años, su nombre traduce “lagarto terrible”… Así empezó mi lectura antes de mirar de reojo el titular del periódico, donde se leía “Dinosaurios de la política”, mezclar a aquellos monumentales animales con esos seres frágiles, es toda una ofensa al Tyrannosaurus y sus hermanos de tiempo. No importa lo viejo o lo joven, lo valioso son las ideas y la transparencia para enfrentar las antiguas prácticas que no quieren extinguirse ni con la caída de un meteorito.
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