Estaba Aquiles caminando alrededor del parque Caldas, después de la impecable lustrada de zapatos que, minutos antes le había realizado uno de los embaladores, su paso era lento, caminaba cabizbajo. En la esquina de la calle 4 con la carrera 6 se paró, alzó la cabeza y miró los dos imponentes edificios gubernamentales blancos e incólumes que están a diagonal, suspiro profundo, sus ojos se humedecieron, tragó grueso y apretó los puños, lanzó su mirada al cielo, luego bajó los ojos y los clavó con fuerza en la Imponente Catedral diciendo: ¿A dónde… iremos a parar? Alquiles siguió su marcha…
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