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GISELLE DELGADO
Baja opulento, gordo y sonrosado; el poder en su bigote trasluce la omnipotencia que se difumina en legitima soberbia, dando visos de un poder rancio gestado en las raíces de fatuos imperios construidos sobre las adulaciones y el servilismo parroquiano.
Aquel Don, que significa de origen noble, no le cala a tan dilecto personaje de quien hago referencia tacita; pues el solo nombrarlo podría lastimar su efigie. Empoderado asciende a su camioneta no arrastrada esta vez por caballos –como podría ser si recreáramos una película de época, dónde con un séquito de condes y condesas, cortesanas y cortesanos, el ampuloso hombre cuyo ego no encuentra espacio en su limitado cuerpo, no sabría dónde depositar su soberbia.
Pero salgámonos del siglo XIX pues estamos en el XXI, no estamos en un imperio, ni hablando de reinas, condes, ni príncipes; el escenario real de este drama sucede en una de las tantas ciudades de Colombia, que como todas se ve atropellada por el poder anquilosado y por la anuencia de gobiernos estatales que colocan estos pedestales para que administren instituciones que le pertenecen al pueblo. La conducta del señor en mención, no es otra que la alimentada por la vanidad y el poder que durante años lo ha ostentado con el pago de los impuestos y parafiscales de todos los colombianos. Si es cierto que Colombia con el actual presidente de la republica pretende realizar una administración con transparencia debe dar un mirada a muchos de quienes le eligieron y que ahora se empoderan monopolizando y atropellando con nuestro dinero, los derechos de cada uno de los ciudadanos colombianos.
Lastimosamente toca hacer referencia a un payanés que haciendo uso de un cargo directivo de una institución que vive de los recursos de sus asociados, presume del poder que desdice de su talante payanés. Porque como decía mi abuela: “de los nobles hasta el olor”, en este caso este dicho queda en vilo, pues este hombre que forma parte de la dirección de Comfacauca, en múltiples ocasiones es denunciado por el mal trato a sus empleados, con los usuarios y la gente del común. Frente a este caso habría que preguntarse por qué es vitalicio en este cargo? Porque lleva tanto tiempo en esta posición y a quien le sirve de lacayo en este puesto? Si de transparencia se habla, el gobierno actual tendrá que revisar este caso de una empresa como Comfacauca, dirigida al modo anacrónico de un mayordomo o gamonal de hacienda, por este personaje empoderado sin sentido.
Señor presidente lo invito a mirar ¿qué está pasando con su poca gente en el cauca?, pues se han vuelto unos dictadores atorrantes, que como provincianos carecen de lo más elemental, que es una buena actitud al servicio público. Hay que recordarle a este señor, más conocido en el lenguaje patojo como “pastora”, que no estamos en la colonia y que no existen los dueños en lo púbico y que no se olvide que su suculento salario se paga con los aportes de la gente de carne y hueso que nutren su falaz ego.
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