JORGE ORDÓÑEZ VALVERDE
La superintendencia de industria y comercio formuló cargos contra 16 equipos de la Dimayor, por acuerdos entre los directivos para desconocer los derechos laborales de los jugadores entre 2018 y 2021. Se creaban listas negras de jugadores que intentaban renunciar porque no les pagaban. Se decía que el contrato seguía vigente y que el futbolista no era autónomo para negociar su pase. Tampoco aceptaban una cancelación unilateral del contrato por parte del jugador, porque “desconocía” la inversión hecha y les pedían a los demás clubes no contratarlos. A estos acuerdos los llamaron “Pacto de caballeros”. Es decir que violar derechos fundamentales de los trabajadores mediante acciones ilegales es un asunto “de caballeros”. Un acto de nobleza y honor entre los empresarios del futbol, de “solidaridad de gremio” como lo llamó la presidenta de Talento Dorado, para pedirles a otros equipos no contratar a un jugador que había renunciado.
En el parque al frente del edificio que alberga el ministerio de agricultura en Bogotá es posible ver a un grupo de señores que intercambian, silenciosos, bolsas de papel que sacan de los bolsillos de sus chaquetas. Ellos se precian de hacer millonarios negocios de compra y venta de esmeraldas sólo con la palabra empeñada, al igual que los ricos joyeros que compran diamantes de sangre en Ámsterdam, y que se definen a sí mismos como hombres de honor. En uno y otro caso la función de esas transacciones es no pagar ningún impuesto y no dejar ningún trazo en papel que pueda vincularlos con la ilegalidad o la criminalidad del mundo esmeraldero en Boyacá, o la expoliación, esclavitud y muerte que produce la extracción de esos diamantes en Sierra Leona o en Liberia.
No deja de ser divertida la manera como los comportamientos mafiosos son descritos por sus autores como actos de honor. En el bajo mundo hay toda una serie de clasificaciones sobre el robo que dependen del monto y del motivo. No es lo mismo atracar un vecino del barrio para consumir droga, que robar porque se tiene hambre y todo ello es muy distinto a robar un banco y alzarse con una gran suma de dinero. Lo primero es completamente indigno, los líderes de las bandas criminales dicen: “nosotros mismos les damos” haciendo referencia al asesinato de pequeños delincuentes, la mal llamada limpieza social. Lo segundo se mira con indulgencia y lo tercero es considerado una hazaña digna de respeto y admiración. Por eso la fantasía recurrente en la mentalidad colombiana, de “hacerse rico en una sola vuelta”. Un pandillero del barrio Marroquín en Aguablanca me explicaba que su vecino era un hombre sin carácter, “un pobre pendejo”, porque trabajaba como mensajero en una droguería y ganaba en un mes lo que él podía hacer en un día subiendo con un revolver a un bus.
Bien dice el maestro Jaime Jaramillo Uribe que la identidad nacional de España, de la cual somos herederos, no fue nunca la del burgués comerciante, sino la del aristócrata medieval. Las identidades de los distintos estamentos sociales estaban ligados a la tierra, al abolengo, a los valores de la generosidad, la valentía, la audacia y no los del trabajo, el ahorro y la templanza: “La hidalguía española, presente hasta en sus vagabundos y mendigos, está integrada por categorías nobiliarias de vida, particularmente aquellas que en relación con la economía y el trabajo tienen un acentuado carácter anticapitalista y antiburgués: la hospitalidad, el derroche en el gasto, la ausencia de previsión para el mañana, el menosprecio del dinero y el amor al ocio.”
Siglos de guerras en la madre patria forjaron una idea del honor que ve como un acto heroico la toma por la fuerza de las riquezas, convierte al ocio en una virtud y estigmatiza el trabajo como un asunto de bajo estatus. No podremos ser viables como sociedad mientras se sigan enalteciendo los valores contrarios a la legalidad y la honestidad.