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ANA MARÍA RUIZ PEREA
@anaruizpe
Ya que andamos tan contentos por la efemérides del Bicentenario de la Batalla del Puente de Boyacá, bien vale la pena recordar que 2019 es también el 30 aniversario de un año que marcó al país, al que todos sobrevivimos en estado de zozobra permanente. No soy ave de mal agüero, pero la historia y la memoria son invaluables cuando se busca un tronco a qué aferrarse si los hechos violentos, tozudos, insisten en martirizarnos.
“En este país parece como si alguien hubiera apagado la luz”, pone la periodista mejicana Alma Guillermoprieto en el epígrafe de su crónica ‘Bogotá 1989’. Tal cual. 1989 fue el annus horribilis de la historia contemporánea colombiana, y aunque hay que ver las atrocidades incontables que se han cometido después, en ese año experimentamos lo que significa el terror sin tregua, espeluznante, devastador, desolador.
Desde enero con la masacre de 12 funcionarios judiciales en La Rochela hasta diciembre con la bomba al DAS donde murieron 60 personas, cada día de ese año llegó con su cuota de horror. Los asesinatos del líder de la Unión Patriótica José Antequera, del comandante de la Policía Valdemar Franklin Quintero, del gobernador de Antioquia Antonio Roldán Betancur, del precandidato Luis Carlos Galán, del periodista Jorge Enrique Pulido son apenas los más nombrados entre los muchos asesinatos selectivos de policías, abogados, jueces, sindicalistas, periodistas, sacerdotes, líderes políticos y militantes de la UP. Las bombas contra Vanguardia Liberal en Bucaramanga o las que explotaron noche tras noche en las sedes de los partido políticos en Bogotá, fueron apenas el abrebocas del horror que nos esperaba en noviembre cuando vimos que había explotado un avión de Avianca en pleno vuelo; o, pocos días después, cuando se abrió la tierra con los 500 kilos de dinamita puestos a las afueras de la oficina de la inteligencia del estado, el DAS. Más de 100 bombas explotaron en los últimos 4 meses de ese año.
Es una salida fácil, y complaciente con los violentos que todavía hoy nos azotan, concentrar en la mente depredadora de Pablo Escobar todo lo ocurrido. 1989 fue también el año en el que el Estado colombiano ilegalizó a los grupos paramilitares, que habían comenzado su feroz historial de masacres el año anterior en La Mejor Esquina, Honduras, La Negra, Coquitos y Segovia. La alianza de ganaderos, militares y narcos daba origen a un enorme monstruo para la guerra colombiana, que nunca se nos olvide, tiene más cabezas que una hidra.
Porque viví 1989, siento el mal presagio de la guerra en este arranque de año. ¿Cómo es posible que los mandaderos de la muerte amenacen por teléfono y marquen las paredes de los pueblos con la tinta de su infamia, pero ninguna autoridad detecta, ve, y mucho menos actúa para proteger a la gente? ¿Cómo recorren veredas en moto, desenfundan el arma, disparan y se van, y nadie sabe quiénes son, mucho menos quién los manda? Van 440 líderes y lideresas sociales, políticos y comunales asesinados desde enero de 2016, según la Defensoría del Pueblo; 9 en lo que va de enero. Esta es una acción sistemática de descabezamiento de la organización social con profundas consecuencias para el trabajo comunitario y de defensa de derechos colectivos, con la carga traumática del desarraigo en los desplazados, del terror en los amenazados y del dolor en los que le sobreviven a un ser amado que muere asesinado.
Como si nada hubiera pasado en estos años, esa sombra de la muerte se atrevió a entrar en El Salado, la vereda donde cometieron dos masacres de crueldad inenarrable, para amenazar de muerte a la lideresa que, después del horror, organizó el proceso de sanación del alma de las muchas mujeres violadas durante la guerra, a través de la costura y el bordado. La amenaza a ella es a todo el pueblo, es deshilachar el tejido social que ellos mismos rasgaron. Esto duele profundo.
Y el 17 de enero, volver a vivir ese instante de hielo en la médula con la noticia de que ha explotado un carro bomba en Bogotá. 21 estudiantes de policía muertos. Es imposible evadirse a la idea de que vendrán más. Tremendamente eficaces han sido las autoridades que dicen haber ubicado y desmantelado a los autores de la bomba. No es que descrea de la posibilidad de que haya sido el ELN, pero no olvido que esta guerra sigue movida por ‘fuerzas oscuras’, el eufemismo para lo que, según parece, nunca jamás vamos a poder desmontar.
Gracias a quienes tienden palabras limpias para entender el desasosiego de estos días. “¿Recuerdas? Tu y yo y tendríamos la manta para abrigar el mundo. Hoy, tu y yo no tenemos nada y el mundo tiene frio”. Chucho Peña, poeta desaparecido y muerto en Bucaramanga en 1986.
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