Tierra y solidaridad ganadera

Columna de opinión

José Félix Lafaurie Rivera

@jflafaurie

Hace ocho días compartí con mis lectores que debió ser grato para el dueño de la finca invadida en Curumaní, Cesar, ver en su predio a muchos ganaderos “que no llegaban con ánimo retador ni violento, sino a decir ‘aquí estamos’, para acompañarlo solidariamente y apoyar con su presencia a las autoridades”.

Me quedó sonando lo de Curumaní, y pensé que podría replicarse en cualquier intento de invasión, con una especie de brigadas de ganaderos que quisieran dar ese acompañamiento pacífico con su presencia, complementado con el apoyo jurídico de FEDEGÁN a los ganaderos en temas de tierras.

La idea quedó en remojo, pero días después, saliendo de la audiencia del Proyecto de Ley que busca prohibir la exportación de animales -otra amenaza a la ganadería- , alguien me pidió un mensaje para los ganaderos del Cesar, preocupados por las invasiones, y en mi respuesta espontánea lancé la idea: “Vamos a organizar un grupo de ganaderos de reacción solidaria inmediata, para que, cuando haya perturbación a la propiedad, acudan a apoyar al ganadero”.

Eso respondí, y ¡quién dijo miedo!, las bodegas de la izquierda y sus personajes en el Congreso me convirtieron en tendencia con acusaciones mentirosas y malintencionadas, pues, de lo que dije y de lo que había escrito, no había forma de inferir intenciones de organizar grupos paramilitares, ni de responder a la violencia con violencia.

Solidaridad, una palabra difícil de pronunciar para muchos, y difícil de practicar para muchos más. Pero en este país, agobiado por la violencia y engañado con una promesa de paz “estable y duradera”, que no pudo “durar” porque nunca inició, el colombiano ha desarrollado ese instinto de supervivencia egoísta que lo lleva a protegerse, a cuidar lo suyo y a los suyos, sin mirar a los demás ni lo de los demás. ¿Acaso ha muerto la solidaridad?

El campo y la ganadería, más vulnerables en medio del olvido del Estado y de la Colombia urbana, sí que sienten esa ausencia de solidaridad, como si lo rural no la mereciera, como si el derecho a la propiedad privada aplicara para las grandes instalaciones industriales, las grandes superficies comerciales o las rentables entidades financieras, pero no para la tierra rural, que es nuestra “fábrica”, nuestra empresa, nuestro “establecimiento comercial”, la tierra que heredamos legalmente de nuestros mayores o adquirimos con nuestro esfuerzo, la que “regamos con sudor” como reza el himno de FEDEGÁN.

Por eso, a pesar de las narrativas malintencionadas, seguiremos sembrando solidaridad ganadera, para generar entre los productores dinámicas virtuosas de acompañamiento pacífico, porque la violencia no es nuestro lenguaje, y para apoyar con nuestra presencia a las autoridades en el restablecimiento del derecho a la propiedad cuando sea vulnerado, porque al menos la solidaridad ganadera… ¡no ha muerto!