Reminiscencias (3) Religión y Educación en el siglo XIX

Columna de opinión

Por Donaldo Mendoza

N

o quise terminar esta reseña de Reminiscencias de Santafé y Bogotá sin un distanciamiento con el punto de vista de Elisa Mújica respecto a las creencias de Cordovez Moure. Dice la escritora en el prólogo: “La religión de Cordovez Moure estaba impregnada de la fe del carbonero (…) José María era un moralizante”. Son, en efecto, abundantes las referencias a la religión, pero no para refrendar su religiosidad (católico confeso), sino para mostrar la presencia poderosa de la Iglesia en ese siglo. Todo era vigilado por la Iglesia, especialmente la familia y la educación. Para dejar fe de que no era tan “carbonero”, Cordovez se permitió la libertad de configurar su naturaleza humana en el Tarot, y lo que el Oráculo vaticina para los de Géminis: «El varón nacido por este tiempo será de genio dulce y alegre, de imaginación vivaz; …tendrá mucha ambición por distinguirse en sus estudios, en su profesión u oficio; …encontrará muchos obstáculos y persecuciones; pero todo lo sobrellevará con fortaleza y paciencia». Bien se sabe que la Iglesia disuade a sus feligreses a fin de que eviten esa práctica “perniciosa”. 

   Más que moralizante, Cordovez es un prestidigitador de la ironía y la sátira. Halló en la anécdota la manera de criticar ciertas prácticas perversas, con las que la Iglesia se hacía de la vista gorda; un ejemplo es el muy recordado guerrero y devoto timbiano, Juan Gregorio Sarria, el mismo que desafió mil peligros a fin de cargar su paso en Semana Santa. Pues este señor, “cada vez que lanceaba a algún enemigo, se santiguaba sobre la parte del cuerpo que correspondía a la herida de aquel e invocaba la intercesión de la Virgen para que lo librara de una herida semejante a la que él había causado, diciendo: «Dios me salve la parte»”.

   Y entre la sátira y la caricatura, esta otra anécdota: “Jesús Azuola, de noble estirpe española, fue considerado como parte integrante del sexo femenino, hasta el día en que, desilusionado del mundo y sus vanidades, vistió la sotana de San Ignacio, entre otras razones para demostrar que sí era hombre”. Y la tapa del fanatismo es el poeta Belisario Peña, quien escribía versos a la Virgen, a la vez que impetraba al Altísimo: “Pido a Dios que en la hora de mi muerte no permita que vea un liberal, porque me condenaría”. No es osado afirmar que el odio visceral entre liberales y conservadores (hasta la primera mitad del siglo XX) se incubó en aquel ambiente, cuando política y religión compartían esencia doctrinal y partido: “–¡Permite, Dios mío, que caiga toda la ira de tu justicia sobre estos rojos impíos!”. Lejos, muy lejos de esa práctica está la labor evangelizadora y misional del arzobispo de Cali o los obispos de Buenaventura, Tumaco o Quibdó. Ellos, en estas calendas del siglo XXI, sí tienen claro que la opción de Jesucristo fue por los oprimidos.

   Corrieron las palabras, y no quedó espacio para la educación. No obstante, para despertar el interés por Cordovez, me permito filtrar estas líneas: “…episodios ocurridos durante nuestro internado (niños entre 7 y 10 años) en un colegio jesuita; …el régimen penitenciario implantado; …en esa época se hallaba en todo su rigor el aforismo escolar de, «la letra con sangre entra y la labor con dolor»”. 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.