Columna de opinión
Por Donaldo Mendoza
Hará cinco años, estábamos en reunión de evaluación institucional, en el INEM. El rector, William Macías Imbachí, preguntó a los profesores qué propósitos tenían para el año lectivo. Muchos propósitos se escucharon, desde lo posible hasta lo inverosímil. Durante el descanso, el rector quiso saber qué comentario me merecía lo que había escuchado. No fue necesario pensar mucho: «Algunos propósitos no pasan de ser “alegrías de borrachos”». Hasta el día de hoy el rector se acuerda y se ríe.
El asunto viene a cuento porque hace unos días vi en Youtube un video donde el compositor Leandro Díaz ilustra con lujosos detalles unas alegrías. Leandro nació ciego, en una vereda en los linderos de La Guajira y Cesar, en el seno de una familia muy humilde y analfabeta. Esa condición le trajo el rechazo del padre, que no deseaba un ciego sino un hijo que le ayudara en las labores agrícolas.
Tropezando aquí y allá, Leandro pasaba de una vereda a otra, a la espera de que algún familiar lo recibiera, así fuera de mala gana. Así crecía, pero por más dura que fuera la vida, Leandro no se daba por vencido. Su desarrollado sentido del oído lo familiarizó con los cantos vallenatos de los juglares de la región, y por ahí despertó la vocación, que fue también su salvación: la de compositor, y aprendió a cantar y a tocar la caja y la guacharaca. Eso no lo hizo rico, pero sí le dignificó la vida.
Fue el comienzo de otra vida dura, pero productiva. Adonde oía el sonido de un acordeón, ahí arrimaba Leandro. Y halló la manera de que lo escucharan y advirtieran sus dones (compositor, cantor e intérprete de caja y guacharaca). Y así le pasaron los años, acompañando a distintos acordeoneros que animaban parrandas en fincas o casas de ricos. Parrandas que podían prolongarse días con sus noches y opíparos sancochos de gallina.
La situación de Leandro Díaz vino a mejorar de modo sustancial cuando, ya pasados los 60 años de edad –vivó casi cien–, recibió regalías por cuenta de composiciones suyas grabadas por Carlos Vives y Diomedes Díaz, especialmente.
Y saltó Leandro a la fama universal cuando Gabo usó dos versos suyos como epígrafe de El amor en los tiempos del cólera: “En adelanto van estos lugares:/ ya tienen su diosa coronada”. Pasó de ser el reconocido músico y compositor a personaje central en programas de radio y televisión. Muchas entrevistas, documentales y la exitosa bionovela de RCN.
En uno de esos programas halló Leandro Díaz oportunidad para contar una ristra de anécdotas con alegres borrachos que en la euforia etílica le prometían el cielo y la tierra. Cuenta Leandro que en Riohacha, Sócrates Barros, “ya borracho” le dio las llaves del carro que le regalaba; pero “ya sano”, Sócrates le dijo: «Hombe Leandro, le voy a dar un carro nuevo, éste tiene problemas». “Y me quitó las llaves y el carro”.
El espacio no alcanza para otras “alegrías”, pero les dejo el link con más testimonios y un canto: https://www.youtube.com/watch?v=cjePiApfbHQ.