Columna de opinión
Por Donaldo Mendoza
Entre 1969 y 1973, Germán Arciniegas (Bogotá, 1900-1999) escribe Transparencias de Colombia, en dos pequeños volúmenes publicados por Colcultura en su colección Biblioteca Colombiana de Cultura (Nros. 85 / 95). Una obra pensada desde un sentimiento patrio motivado por los 150 años de la Independencia. Es un abordaje de la historia desde un punto de vista librepensador; y, si se permite, en un estilo que va de la ternura a la crítica.
Son breves crónicas en donde Arciniegas “evoca hechos, personajes y lugares de nuestra Independencia”. Es propósito de este artículo compartir con el lector una mirada que cincuenta años después sigue siendo palpitante, viva y evocadora. Al punto que quien las lee por primera vez, difícilmente olvida; con un valor agregado: el autor se refiere varias veces a Popayán con evidente admiración por su historia y personajes.
Como en las odas de Neruda, las cosas elementales se robustecen de dignidad en la pluma de Arciniegas. La papa, ese fruto sagrado de los incas, alcanza un gusto de privilegio en la gastronomía europea. Un poeta húngaro, Gyla Illes, ha escrito en su “Oda a la papa”: «Mientras el cielo permanece puro y sereno, la papa, bajo la tierra, es una alcancía. La plata no engendra plata, ni el asesino asesinos. La papa, sí: es vida que engendra vida… Cada planta es como la cabeza de un sabio hundida en la entraña del mundo de los hombres…».
En la crónica “La creación según los huitotos”, Arciniegas demuestra que el mito huitoto no desmerece la comparación con el Génesis bíblico. Si fuera menester la poesía para trascender al origen, en el huitoto no falta: «En el principio, nada existía. Entonces, el padre creó una quimera, la retuvo y pensó para sí: ningún palo habrá para sujetarla. Con un hilo soñado sujetó la quimera mediante el aliento. Pensó que había enlazado algo vacío, y tanteó el fundamento… Se sentó sobre la tierra imaginaria y le puso encima el cielo… Luego nacieron en la tierra los grandes árboles de la selva y la palma canagluche llevaba frutos para que nosotros tuviéramos qué beber…».
Entre la seriedad y la broma, que para eso da la ‘locura’ de Carlos Albán (1844-1902), Arciniegas cierra el primer volumen con la crónica sobre este genial payanés. Militar en su momento, como en otros tiempos se era monje. Genuino sabio, don Carlos Albán, aparte de general, fue graduado en derecho y en medicina, y músico, químico y físico; y poeta, además. A este ‘loco’, así consagrado por sus contemporáneos, se le reconoce la invención del dirigible, con patente de 1887.
Es el antecedente del globo que en 1901 construyó el conde Zeppellin. Al espíritu investigativo de Arciniegas no escapó la picaresca popayaneja, que nos heredó un epigrama al loco genial: «Es así que en Popayán/ comió don José Acevedo/ empanadas de pipián,/ luego don Carlos Albán/ fue el matador de Quevedo./ Claro está que en Popayán/ comió don José Acevedo empanadas de pipián».