Las novias del Diablo

Columna de opinión

Gustavo Adolfo Constaín Ruales – [email protected]

C

uando era niño, más o menos a la edad de siete años, vi a una bruja volar encima del techo de la casa de mis vecinos. Mi reacción fue más de asombro que de miedo, ya que la bruja que vi era muy bella. A ella no le importó haber sido observada y salió volando hacia la inmensa luna llena que se cernía sobre Popayán. Miré a todos lados, pero no había nadie que sirviera de testigo para confirmar mi historia. Pasó lo mismo otra noche cuando vi un OVNI mientras bajaba por la calle de la antigua estación de Policía que conecta con el barrio Modelo. Con el tiempo, varias personas de pensamiento lógico y matemático, muchos de ellos ateos convencidos, refirieron haber visto brujas alguna vez en su vida, al igual que los creyentes, pero para éstos era normal: si existe el Hijo de la Viuda, existe la contraparte, y sus ayudantes. Una historia que me impactó fue la de la amiga de una novia: al asomarse al balcón del hospital donde estaba internada, vio una bruja volando en su palo de escoba. No pasaría de ser una anécdota más, sino fuera porque la mujer me mostró la foto que alcanzó a tomar esa noche de miedo, un testimonio que guardaba como un tesoro maldito. Aunque dudo que algún día se publique.

Existen historias de verdadero terror sobre estas mujeres que han tomado una decisión radical en su vida: es verdad ciertas damas nacen con poderes sobrenaturales y los pueden usar para ayudar o para lastimar; algunas de ellas sólo buscan lucro y pueden crear males inimaginables para aquellos que serán víctimas de la maledicencia de quien paga por algún trabajo de esta clase. Otras brujas, en cambio, usan esos poderes en contra de las anteriormente mencionadas.

En Europa hubo 50.000 personas horriblemente torturadas y asesinadas, en su mayoría mujeres, durante la famosa “Cacería de brujas”; en Norteamérica, a finales del siglo XVII, ocurrió el evento de las brujas de Salem. La historia terminó con un saldo de 18 ahorcados y 200 encarcelados. Los investigadores históricos afirman que se trató solamente de un caso de histeria colectiva instigado por mujeres envidiosas, o de un ambiente de puritanismo excesivo que desencadenó los extraños sucesos. Otros científicos más rigurosos hablan de una intoxicación que se propagó en el pan por consumir maíz en descomposición; como las mujeres elaboraban este alimento, sólo a ellas les afectó. Pero hay otros libros donde explican que mientras en el mundo entero se daban estas cacerías puerta por puerta, casa por casa, sí cayeron brujas de verdad, seres con poderes sorprendentes y llenos de oscuridad: –“si sacudes el árbol, tal vez algo caiga”- dice el refrán.

En Colombia, en el centro de las ciudades o en lugares apartados, abundan las brujas que te prometen la felicidad eterna por algo de dinero, joyas o bienes. Muchas son falsas, pero saber cuál es la real no es tan sencillo. En varios libros de investigaciones sobre el tema, se nos cuenta con pavoroso realismo que sí existen las brujas, y que sí cumplen lo que prometen, con un costo muy alto para el que solicitó sus servicios y también para ellas mismas, porque todo mal se devuelve con amplitud. La obra de German Castro Caicedo, “La Bruja”, nos cuenta sobre la historia real de una poderosa hechicera que ayudó a un político a llegar a la Casa de Nariño; ambos empezaron a hacer magia oscura en la casa que nos representa como nación y, de allí en adelante, la patria se acabó de joder.

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