Columna de opinión
Por: Álvaro Jesús Urbano Rojas
Recuerdo con nostalgia las tertulias vespertinas con el apreciado jurista, Álvaro Concha Narváez, en los ocasos del verano de agosto de 1991, en la hacienda la Estancia de don Miguel Ángel Sarria Diago “Milo Sarria”, deleitándonos con su prosapia payanesa, sus conocimientos jurídicos, de política, historia y admirador del paso fino colombiano de los ejemplares equinos de don Milo. Como duele perder un humanista de la estatura intelectual de un académico, profesor emérito de la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales de La Universidad del Cauca.
Hombre austero, sencillos y pulcro, con lenguaje jurídico de geniales atributos para explorar la inteligencia de sus discípulos, conquistando su corazón para indagar los vericuetos del Ius naturalismo, apartándolos del positivismo jurídico al advertir desde su cátedra que, si bien la forma coercitiva era esencial al Derecho, éste debía ser justo para ser obligatorio.
Tenía la grandeza del maestro. Sus clases magistrales, no dogmáticas, destacaban la visión particular del estudiante, dejando una huella indeleble al impartir en ellos, sus valores personales, morales, éticos contribuyeron a transformar la vida de juristas que lograron impactar el desarrollo social y económico a lo largo y ancho del territorio colombiano.
Sus lecciones no partían del enunciado normativo, sino de la casuística que transmitía a los alumnos a través de su experiencia. Con puntualidad y absoluta vocación de abogado, ilustró con sus célebres aportes al tema de la administración pública, la nulidad de los actos administrativos y la reparación directa por fallas en el servicio. Como formador de abogados fue el baluarte de las ciencias jurídicas en Colombia.
Se desempeñó con pulcritud y competencia, como magistrado del Tribunal Administrativo del Cauca y del Tribunal Disciplinario (La Super-Corte, hoy la Sala Disciplinaria del Consejo Superior de la Judicatura). No solo fue educador de juristas, gracias a su sabiduría y pulcritud en su vida personal, familiar y profesional, trascendió el ser y el hacer de todos sus discípulos.
Defendió las ideas liberales, criticó la corrupción, el clientelismo y la politiquería. Patriota insigne que no dudó en separarse de su brillante carrera, por la postulación que en diciembre de 1990, le hiciere el partido Liberal del Cauca, bajo la dirección de los senadores Aurelio Iragorri, Humberto Peláez y Guillermo Alberto González, como cabeza de lista a la Asamblea Nacional Constituyente, sin que le alcanzaran los votos para ser parte de los 70 delegatarios por la falta de compromiso de sus mentores, siendo superior a sus esfuerzos los poderosos tentáculos de la mafia, para integrar en el nuevo texto constitucional, la no extradición de narcos, empeño de Pablo Escobar y sus secuaces, financiadores ocultos del movimiento “séptima Papeleta” para revocar el Congreso y convocar a la Asamblea Nacional Constituyente.
A quienes nos privilegió con su afecto y sincera amistad, sus cátedras y sesudas providencias, jamás lo olvidaremos, será ejemplo de vida por su don de gentes, su altruismo, su impecable patriotismo y valerosa conducta.
¡Que disfrutes de la eternidad venerable Maestro!