Columna de opinión
Por: Diego Sánchez
Ahí está en la memoria y en el corazón de los colombianos, la caja de embolar, la crítica aguda y fina, la sonrisa sincera y la chispa del inolvidable Heriberto de la Calle, el delantal y las recetas de Dioselina, el morral, los ideales, el graffiti inteligente y los sueños utópicos de John Lenin que eran los de Jaime Garzón y de muchos jóvenes de este país, la gorra de vigilante del Edificio Colombia de Néstor Elí, la cámara indiscreta de despistado reportero William Garra y la retórica ultraderechista de un tal Godofredo Cínico Caspa.
Todos y cada uno de estos caracterizados personajes ganaron un lugar muy especial en lo más profundo de nuestros afectos. Aún recordamos esa sonrisa estridente del embolador entrevistando a los personajes de la política, la farándula, los negocios, el clero, empresarios, deportistas, actores y actrices que pasaron por la sesión irreverente de ese lustrabotas que estaba muchas veces mejor informado que sus mismos entrevistados.
Hace 23 años, los colombianos sentimos con mucha tristeza la muerte de Jaime Garzón porque con su partida además de su valiosa existencia, se nos quitó la gracia de sus personajes que permanecen en nosotros, Heriberto, John Lenin, Nestor Elí.
Esto se explica porque sus personajes lograron interpretar como nadie el verdadero pensamiento del ciudadano común, esa sabiduría popular expresada en el lenguaje cotidiano del vigilante, de la cocinera, del embolador, por eso el pueblo colombiano sintió con profundo pesar su vil y cobarde asesinato.
Lo que se extinguió esa aciaga madrugada del 13 de agosto de 1999, fue el símbolo de una sociedad crítica del poder que cuestionaba las fisuras éticas de una clase dirigente ajena a los problemas del pueblo, un crimen cobarde contra un ser humano excepcional que de todas las formas posibles manifestaba que la más adecuada manera de resolver los conflictos era por la vía del diálogo y la concertación, y que la paz debería de ser un compromiso ineludible.
A 23 años de su muerte, sea esta la ocasión para evocar la memoria de esta existencia que se apagó en su plenitud creadora, de recordarlo como paradigma de vida, que forjó con sus ideas y su sonrisa, la esperanza de un país más amable.