Columna de opinión
Carlos E. Cañar Sarria
Dentro de las expectativas y deseos de cambio con el nuevo gobierno del presidente Gustavo Petro, tenemos que reconocer la necesidad de construir elementos básicos institucionales de inclusión social, que permitan una democracia verdadera. Que haga posible la adopción y consolidación de criterios meritocráticos de promoción personal y laboral en Colombia.
El clientelismo, la politiquería, el nepotismo, el amiguismo, entre otras patologías, son factores que han contribuido en impedir la democratización de la sociedad colombiana.
El analista Néstor García Cancini resalta la gran diferencia entre la modernización europea y la modernización latinoamericana. Mientras en Europa priman unas relaciones sociales donde existe la autonomía de la persona, la universalidad de la ley, la cultura desinteresada, la remuneración objetiva y la ética del trabajo, en Latinoamérica, por el contrario, nos caracterizamos por la dependencia, los privilegios y el utilitarismo caprichoso.
En una sociedad considerada moderna, la relación patrón-cliente debe desaparecer, sobre todo en un país como el nuestro, que teóricamente se ufana ser de tradición democrática.
La implementación de la carrera administrativa en algunas ramas del Estado, no ha sido efectiva ni suficiente para contrarrestar el espíritu clientelista, siguen primando el padrinazgo, las buenas o ‘malas’ recomendaciones, el amiguismo y la devolución de favores, entre otras cosas.
El negativo impacto del clientelismo, entre otros factores y actores sociales, lo viven a diario miles de jóvenes profesionales, sin opciones laborales y sin perspectivas de un futuro seguro y promisorio. Aquello de una política del primer empleo no fue más que un sofisma. Miles de jóvenes profesionales después de grandes esfuerzos, ven frustradas sus esperanzas ante la falta de políticas públicas de empleo y ante la carencia de criterios meritocráticos para acceder a los cargos que se puedan presentar.
Situación desmotivante, lo cual es legítimo dentro de la lucha por el reconocimiento del ser humano; desencanta a quienes estudian y luchan por salir adelante para abrirse espacios en la sociedad. No es justo que los cargos y las oportunidades laborales estén destinadas a personas que no les ha caracterizado el esfuerzo.
El columnista de El Tiempo, Andrés Hurtado García, expresa hace varios años: “¿Para qué estudiar si se gradúa de ingeniero, médico o arquitecto y termina manejando un taxi? ¿Para qué estudiar si no se consigue empleo, si el 20 por ciento de la población está desesperada y con ganas de trabajar y no hay posibilidades?…”.
No pocos gobiernos han venido hablando de meritocracia pero la situación se ha mantenido de igual a peor. ¿Será que el clientelismo y la politiquería están tan arraigados en nuestra cultura política que hacen difícil erradicar estos comportamientos? ¿ O es que no existe una verdadera voluntad política para hacerlo? Tan sólo buenas intenciones de los gobiernos, que en la práctica han carecido de buen ejemplo. No pocos pensarán equivocadamente, que para eso está la política, pero se equivocan. Y el presidente Petro sabe que es necesario extirpar este lunar de nuestra maltrecha democracia.
Un sistema y un régimen político que descuidan los criterios meritocráticos para acceder al empleo, se deslegitiman fácilmente.
Hay pérdida de credibilidad y confianza cuando se ha constatado, por ejemplo, que en ciertas entidades y empresas se producen recortes de personal dizque para reducir la burocracia; sin embargo -reiteramos- se observa cómo los mismos de siempre, gracias a los mismos de siempre, transitan de una dependencia a otra, de un cargo a otro y nunca se quedan sin puesto, haciendo difícil democratizar un país en donde priman los privilegios.
¿Qué podrán pensar miles de colombianos que apasionados por el estudio realizan ingentes esfuerzos intelectuales y materiales para convertirse en profesionales y no obstante, nunca se les da la oportunidad de realizarse a través de un trabajo en condiciones de dignidad? Son múltiples las trabas que se les pone al momento de buscar empleo. Que les falta experiencia, que requieren especializarse, que deben haber cursado y aprobado estudios de maestría y hasta doctorados. Algunos logran conjuntamente todos estos requisitos para después observar con desencanto que quienes acceden a los cargos y a las oportunidades laborales son las personas menos indicadas.
El periodista y escritor, Daniel Samper Pizano, señala en una de sus columnas: “En Colombia no sólo están mal repartidas las riquezas sino las oportunidades. Unos nacen con el nombramiento en el pañal, y otros no consiguen empleo estable nunca. Entre los primeros figuran miembros de las familias tradicionales de Colombia y los parientes de los políticos momentáneamente útiles. Entre los segundos casi todos los colombianos. Algunos consiguen ascender venciendo enormes dificultades, sacrificándose para estudiar y, de vez en cuando, haciendo venias y tragando sapos. Otros, ni así.” Y agrega: “Una revisión de la nómina oficial muestra lo bueno que es pertenecer a un clan privilegiado. Abundan allí hijos, hermanos y parientes de los jefes políticos…”