El santo que conocimos

Miguel Antonio Velasco Cuevas1web

MIGUEL VELASCO CUEVAS

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Con el triunfo de Polonia sobre el Ejército Rojo llegó un largo día de gloria para la lejana Wadowice y para la Iglesia Católica.

El 18 de mayo de 1920, en un modesto apartamento situado al frente de la Iglesia del Perpetuo Socorro, mientras se entonaban las vísperas en honor a la Virgen María, nació Karol Józef Wojtyla, hijo de Edmud y Emilia.

‘Lolek’ el diminutivo con que Emilia llamaba a su bebé, escuchaba los cuentos que ella le leía en el jardín después de bañarlo en una palangana.

La frágil salud de la madre la obligaba a guardar cama durante semanas enteras, tiempos en los que Edmud preparaba la comida para alimentar a Karol que regresaba de la escuela.

El 13 de abril de 1929, al terminar el recreo, su profesora se le acercó para decirle: «Tu madre murió». Complicaciones renales y cardiacas llevaron a la tumba a la mujer que le dio la vida, y a la que años después el joven seminarista evocaría en hermosa composición poética:

«En tu blanca tumba

florecen las flores blancas de la vida.

Oh, ¿cuántos años se han ido ya

sin estar contigo? ¿Cuántos años?

En tu blanca tumba

cerrada desde hace tanto

algo parece surgir:

inexplicable como la muerte.

En tu blanca tumba,

Madre, mi fallecido amor…»

Esa pérdida temprana lo llevó a refugiarse en la oración y cuando le preguntaban por su madre el niño respondía que Dios la había llamado. Más tarde en 1932 cuando perdió a su hermano mayor, un joven médico que se contagió de escarlatina en el hospital donde trabajaba, recibió la trágica noticia con esta resignada exclamación: «Era la voluntad de Dios».

Ese muchacho que hacía pelotas de trapo para jugar futbol con su papá dentro del pequeño apartamento en que vivían, que se distinguió como excelente amigo, mejor estudiante y católico ejemplar, también sintió la saeta de cupido, y con Halina Królikiewicz, su amiga de juventud, bailaba polonesas, mazurcas, valses y tangos. Él, como cualquiera de su edad, era un muchacho de carne y hueso que no se espantó cuando los compañeros de colegio descorcharon una botella de brandy al regreso de un paseo.

El 18 de febrero de 1941, cuando llegó con el almuerzo para su padre enfermo, encontró muerto a Edmund. «No estuve presente cuando mi madre murió, no estuve presente cuando mi hermano murió, no estuve presente cuando mi padre murió» fue la llorosa queja que puso en los hombros de María Kydrynski, la amiga que en ese instante lo acompañaba.

El primero de noviembre de 1946 Wojtyla fue ordenado sacerdote tras aprobar teología con excelentes notas en la Universidad Jagellona, donde sus compañeros de estudio le tomaban el pelo por su extraordinaria devoción y le pusieron en la puerta de su cuarto una esquela que decía: «Karol Wojtyla, futuro santo».

El pasado domingo, 27 de abril, se cumplió la mística premonición de sus colegas; San Juan Pablo II, a quien vimos en Colombia, es el nuevo apoderado que tenemos ante la Corte Celestial.