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El 30 de abril de 1551 murió el fundador de Popayán para convertirse en un fantasma de piedra montado sobre un caballo monumental e histórico en la literatura universal: Babieca.
Cuenta la historia que don Sebastián de Belalcázar murió en Cartagena a los 61 años con problemas de colesterol, triglicéridos, obstrucción cardiovascular e hipertensión, pues nunca dejó de comer carne de cerdo, boje y chicharrón, al punto que a los indios yanaconas que trajo desde Quito a Popayán como esclavos, los hizo cargar al hombro una piara de éstos animales para su consumo exclusivo. Murió viejo, gordo, con los pies hinchados, malgeniado, fatigado y con dificultad para respirar.
Era de estatura mediana, buena gente pero a veces irascible. Muy enamorado, le gustaba fornicar con indias de todas las edades y fue señalado de conspirador y asesino por sus enemigos. De él se dice, que le propuso a Nicolás de Federmán despojar a Gonzalo Jiménez de Quesada de sus conquistas, pero Ferdemán se negó a semejante intriga. Y lo de asesino viene a cuento porque en Quito y Timbío arrasó sin miedo con veredas enteras de indios, e hizo matar al español Jorge Robledo a garrotazo limpio por traidor, aunque no falta quien diga que lo hizo matar borracho de chicha y de celos por un lío de faldas.
Hoy (año 2014) que se conmemoran los 463 años de la muerte del Adelantado, que además de fundar Asunción de Popayán fue cofundador de otras dieciséis ciudades, quiero contarles UN CUENTO para endulzar “la ciudad letrada” que es Popayán,
Resulta que, para celebrar el cuarto centenario de la fundación de Popayán (en el año de 1937), el alcalde de la época contrató al escultor Victorio Macho para que hiciera una estatua del Conquistador en la plazoleta de la iglesia San Francisco, al tiempo que le pidió al poeta Rafael Maya que se inspirara, e hiciera un discurso para su inauguración.
Victorio Macho, nació en Palencia España y vivió en las ciudades de Santander, Burgos, Madrid y Paris. Era un bohemio de tertulias literarias y se hizo famoso en Madrid por hacer el monumento del escritor Pérez Galdós. En 1931, cuando estalló la guerra se vino para Colombia y así fue como terminó haciendo la estatua de Belalcázar. El artista fue contratado por su estética y el manejo de la escultura clásica, pero cuando vino por acá ya le rondaba en la cabeza el tema de la “escultura simbolista” por lo que, de alguna manera, se explica el alucinante acto de profanación que realizó en Popayán.
El poeta Maya, un sabio entre los sabios, le dijo a Macho: Ojo, “una estatua, es la comunión de los vivos con los muertos y esa estatua debe simbolizar lo que somos en Popayán: una raza de heroísmo, sabiduría, belleza, santidad, poesía y canto”. Y para rematar lo comprometió a fondo, cuando con el dedo en alto le desafió: “esa estatua debe simbolizar la geografía del espíritu patojo”. Y así lo volvió a decir en un discurso memorable de 1940, cuando entre los artistas inauguraron la estatua en El Morro de Tulcán.
A Macho no le quedó más remedio que esculpir en bronce a un hidalgo con aires de heroísmo como se lo pidieron; pero cuando comenzó a idear el caballo que cargaría al Adelantado por los años de los años, tuvo problemas porque se encontró que los equinos de los conquistadores no pasaban de ser “hacas” o caballos comunes dados para la carga, y para peor, bautizados por sus dueños con nombres afeminados y cursis.
Macho, cuyo apellido curiosamente es sinónimo “de vigoroso y de mula”, no iba a montar a Belalcázar en cualquier bestia, y por eso, se fue hasta el Monasterio de San Pedro de Cerdeña, a diez kilómetros de Burgos, donde vivió su juventud entre tertulias y bohemia, e hizo un sacrilegio literario: se robó y se trajo para Popayán los restos de Babieca, el famoso caballo del Cid Campeador, para inspirarse en el mejor caballo de los caballos. Y esa es la razón por la cual las excavaciones arqueológicas financiadas por el Duque de Alba en 1949, no permitieron encontrar huella alguna del animal en el monolítico donde la tradición española le hace homenajes a la bestia que cargó a don Rodrigo Díaz de Vivar hasta su muerte… y hoy, monta a don Sebastián de Belalcazar hasta la eternidad.
Macho se trajo los restos de Babieca para hacer su escultura y el resultado fue un caballo soberbio, casi inglés, casi árabe, casi traído del mismo cielo. Cuando empotraban la estatua, los obreros lo vieron llegar y poner bajo la plancha los restos del animal rumiando una oración que el poeta Maya retomó en su discurso: Querido Babieca, dejo tus restos “en una ciudad que sonríe como Atenas, habla como Roma y llora como Jerusalén”.
Marco Antonio Valencia
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